Adrian Peter Bird se doctoró en Bioquímica por la Universidad de Edimburgo en 1972, y realizó investigación postdoctoral en la Universidad de Yale (Estados Unidos) y en la Universidad de Zúrich (Suiza). A su regreso a Edimburgo, en 1975, se incorporó a la Unidad del Genoma de los Mamíferos (Medical Research Council) donde ejerció durante once años. Posteriormente se trasladó a Viena para trabajar como científico sénior en el Instituto de Investigación de Patología Molecular. En 1990 es nombrado catedrático de Genética en la Universidad de Edimburgo, puesto que ocupa desde entonces. Además, tuvo un papel destacado en la creación del Centro de Biología Molecular del Wellcome Trust en esa universidad, del cual fue director desde 1999 hasta 2011.
Ha sido miembro del consejo de gobierno del Wellcome Trust, institución de referencia mundial en investigación médica en la que también ejerció como vicepresidente durante tres años. Es autor de más de 150 artículos publicados en revistas científicas internacionales, Comandante de la Orden del Imperio Británico (2005) y ha recibido varios premios y menciones como el Knight Bachelor (2014), el título que da derecho al tratamiento de Sir. Desde su laboratorio en el Centro de Biología del Wellcome Trust en Reino unido, Bird continúa investigando en el síndrome de Rett, que “se ha convertido en uno de los denominados trastornos del neurodesarrollo más accesibles desde el punto de vista experimental.
Además, los estudios del gen MeCP2 (implicado en este proceso y base de los experimentos de Rett en ratones para revertir los síntomas de la enfermedad) ofrecen una oportunidad de oro para desentrañar su compleja patología a nivel molecular. Nuestro trabajo se centra en mejorar la comprensión molecular de la función del MeCP2 en el cerebro, en la esperanza de que ese conocimiento contribuirá al objetivo de lograr una cura”, según ha afirmado. Los resultados de sus investigaciones han estimulado a laboratorios en todo el mundo a buscar múltiples estrategias para extender los descubrimientos preclínicos a los humanos.
Discurso
Biomedicina, VI edición
A Adrian Bird el genoma le fascina desde niño, y el reto de descifrar las instrucciones para construir un ser vivo está presente en toda su carrera: «Siempre me he dedicado a buscar reglas que simplifiquen la impresionante complejidad del genoma», afirma. Así que su descubrimiento de algunas de las piezas importantes del rompecabezas es un objetivo buscado. Lo que no esperaba Bird es que su trabajo cobrara vida y acabara afectando directamente a muchas personas.
El Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Biomedicina en esta edición reconoce ambas facetas de su trabajo: sus aportaciones en epigenética, un área esencial para entender cómo se codifican las órdenes que rigen nuestro organismo, y su investigación de la enfermedad de Rett, una grave enfermedad neurológica discapacitante. Para Bird (Reino Unido, 1947), catedrático de Genética en la Universidad de Edimburgo, la secuenciación de nuestro genoma a principios de este siglo «fue solo el principio del esfuerzo por entenderlo». Queda una larga lista de preguntas por resolver. «Por ejemplo, ¿qué hace falta para que el ADN se convierta en un ser vivo? El ADN es el libro de la vida pero no está vivo. Nosotros no podemos crear vida, pero estaría bien conocer las reglas para ello».
La epigenética forma parte de esas reglas aunque no del genoma, del ADN. Precisamente la epigenética se refiere a los elementos externos al ADN que interaccionan con esta molécula hasta el punto de permitir, o no, la expresión de los genes. Viene a ser un nivel adicional de complejidad: el genoma, el ADN, contiene los genes, pero estos se activan o no en función de reglas que pueden no estar inscritas en el ADN. Como explica el acta del jurado, Bird ha sido pionero en estudiar el lenguaje epigenético: «Mediante su trabajo, identificó en el ADN huellas químicas específicas que participan en el control de la actividad génica».
Pero Bird ha desvelado además una inesperada conexión entre la epigenética y la clínica. Él y su grupo descubrieron que actuando sobre un determinado gen implicado en el control epigenético del genoma es posible revertir, en ratones, los síntomas de una enfermedad equiparable al síndrome de Rett. Ocurrió en 2007 y fue un hito: la primera vez que se logra curar una enfermedad neurológica en un contexto experimental. Ahora Bird busca con ahínco una terapia eficaz para esta enfermedad que afecta a una de cada 10.000 niñas. «Antes me sentía orgulloso de investigar buscando simplemente el conocimiento, pero ver que tu investigación puede tener un impacto tan directo en la vida de otras personas es emocionante; añade toda una nueva dimensión a tu trabajo», afirma.
Su emoción se entiende mejor si se piensa en lo mucho que ha cambiado la biología desde la era pregenómica. Cuando Bird empezó a investigar ni siquiera se sabía si todas las células del cuerpo tenían el mismo genoma —lo tienen—. Tampoco había técnicas para secuenciar siquiera pequeños fragmentos de ADN: «En la época, secuenciar un genoma entero, incluso el de una bacteria, era un sueño imposible», recuerda Bird. Hoy se conocen los genomas completos de cientos de organismos, y para saber dónde está un gen entre los miles de millones de pares de bases que integran el ADN, a un investigador actual le basta mirar en las bases de datos. Bird ha contribuido enormemente a este drástico cambio de panorama. Su primer resultado importante permitió a los investigadores localizar genes en el genoma ya en los años ochenta, mucho antes de que se secuenciara el genoma humano.
Fue un logro en etapas. Primero Bird, que investigaba —en oocitos de rana— si todas las células de un organismo tenían los mismos genes, descubrió cómo identificar las regiones metiladas del genoma. La metilación implica el anclaje al genoma de una molécula llamada grupo metilo. «Aún recuerdo hacer el experimento y estar observando por primera vez los resultados en el cuarto oscuro», dice. «Fue un momento de los que hacen adictiva la investigación». El hallazgo iluminó el área porque, como observaría Bird después, mostraba que había metilación por todo el genoma excepto en regiones próximas a los genes. El mapa de la metilación, por tanto, hacía también las veces de mapa en negativo de los genes.
«Los genes representan solo una pequeña parte del genoma, menos del tres por ciento, y encontrarlos era al principio un problema enorme», explica Bird. «Con la secuenciación del genoma esta metodología quedó obsoleta, pero para entonces ya se habían encontrado muchos genes gracias a ella». Además el hallazgo supuso un importante primer paso en su objetivo de hallar simplificaciones, reglas generales, en el código de la vida. La publicación que describe el trabajo, aparecida en Nature en 1985, es aún hoy una de las más citadas del galardonado.
El siguiente hito en la carrera de Bird enlaza ya con la epigenética. La metilación es uno de los elementos principales del lenguaje epigenético: los genes se activan o no en cada célula en función de si están metilados; es decir, todas las células tienen el mismo genoma, pero no el mismo epigenoma. Bird, interesado en entender el proceso, identificó la primera proteína sensible a la metilación del ADN: se llama MeCP2 y solo se une químicamente al ADN cuando está metilado. Es como la primera letra del código epigenético. Pero la historia de MeCP2 no acaba ahí.
A finales de los noventa otro grupo descubría que las mutaciones en esta proteína son la causa del síndrome de Rett, y esa conexión casual cambia el rumbo de la carrera de Bird. Su grupo crea en 2001 un ratón con síntomas muy similares a los del síndrome en humanos, y en 2007 idean una estrategia para restaurar el gen alterado. El éxito es mayor de lo esperado: «Fue espectacular, uno de esos momentos eureka», dice Bird. «Siempre se ha asumido que una enfermedad neurológica no tiene curación, por lo que solo contábamos con retrasar la muerte de los animales o mejorar los síntomas. Pero lo que conseguimos fue la cura».La técnica empleada en ratones no es aplicable a humanos, y Bird alerta de que aún falta tiempo para hallar una cura. Pero su trabajo es «una prueba de concepto que ha hecho que ahora muchos grupos de investigación estén buscando terapias», ha dicho.
«Conozco a niñas afectadas y a sus padres. Me siento implicado y me doy cuenta de lo que significaría ser capaz de hacer algo positivo para esta enfermedad. Me gusta mucho pensar que ocurrirá durante mi vida profesional». Mientras tanto, la epigenética es un área de investigación en pleno auge. Se investiga el papel del ambiente en la epigenética e incluso la heredabilidad de los caracteres epigenéticos. Lo que está claro es que el reto de descifrar las reglas de la vida sigue en primera línea de la ciencia.