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Discurso de aceptación
Arvo Pärt
Arvo Pärt nació en 1935 en Paide, Estonia, sólo cuatro años antes de que el estado pasase a formar parte de la URSS. Estudió piano, flauta, oboe y percusión antes de cumplir los veinte años, edad en la que realizó sus primeros intentos compositivos.
En 1954 inició su formación superior en composición, en el conservatorio de Tallin, que tuvo que interrumpir por el servicio militar obligatorio. Se graduó en 1963, con una madurez formal reflejada en su Sinfonía No. 1 (1963), mientras trabajaba como ingeniero de sonido en la radio estatal. Algunas de las piezas que compuso durante sus años de estudiante aún permanecen en su catálogo oficial, incluidas piezas orquestales como Nekrolog (1960) o Perpetuum mobile (1963): “un buen número de extraordinarios trabajos”, resultado de su “profunda exploración del vocabulario modernista”, en palabras del presidente del jurado, Paul Hillier, director artístico de Theatre of Voices (Dinamarca).
A finales de la década de los sesenta, su música destaca por una utilización muy personal de la técnica del collage, aunque más oscura y dramática, unida a una gran influencia de la tradición barroca, en composiciones que reflejan una lucha interior entre dos mundos contrapuestos. La máxima expresión de este diálogo interior es Credo (1968), que supuso un punto de inflexión en su obra y en su vida.
El estreno de Credo fue un auténtico acontecimiento para el público asistente, que ovacionó la pieza hasta conseguir que se interpretase íntegramente una vez más. El estado soviético consideró peligrosos la obra y su creador por su espíritu innovador y por hacerse eco de una visión espiritual y sensible capaz de resonar con la audiencia.
Pärt se sumió en un retorno a los orígenes mediante el estudio de la música vocal cristiana, el canto gregoriano, la escuela de Nôtre Dame y la polifonía renacentista. En esos años ocurren dos acontecimientos personales de gran significado en su vida: su matrimonio con Nora, su compañera inseparable desde entonces, y su ingreso oficial en la Iglesia Ortodoxa.
Su propio camino: el tintinnabuli
Su producción en esos años fue escasa, aunque con alguna creación relevante como su Sinfonía no.3 (1971). En 1976, con una pequeña pieza para piano, Für Alina, Pärt muestra de manera evidente que ha encontrado su propia voz.
Los dos mundos que Pärt llevaba tiempo explorando se expresaron a la perfección en la creación de una nueva técnica: el tintinnabuli. Dos líneas musicales entrelazadas, desprovistas de todo elemento accesorio. El director artístico del Gran Teatro del Liceo de Barcelona, Víctor García de Gomar, secretario del jurado, lo define como “la invención de una gramática sonora que lo hace inconfundible, que presenta células repetitivas de una cierta contención, acordes que se superponen uno encima del otro, de modo que cada cambio es casi un milagro, son sutiles, pero modifican su color de modo que cambia todo el sentido de lo que se estaba construyendo”.
Desde entonces, Pärt ha mantenido una relación de más de cuarenta años con esa técnica que él mismo inventó, que ha desarrollado y en la que se ha apoyado para toda su creación. El nacimiento de ese nuevo lenguaje le condujo a un año muy prolífico, 1977, en que compuso algunas de sus obras más interpretadas: Cantus in Memory of Benjamin Britten, Fratres, Summa y Tabula rasa. Un lenguaje “personal y comunicativo que ha fascinado a los públicos más exigentes, así como a una gran audiencia. Su música es admirada, reconocida e interpretada por las más grandes instituciones musicales y culturales a nivel mundial”, en palabras del maestro Pedro Halffter Caro, miembro del jurado.
La voz humana como instrumento perfecto
El estreno de Tabula rasa volvió a ser un acontecimiento, esta vez en Tallin, que le abrió las puertas a un amplio reconocimiento internacional. Su creciente influencia y acogida por el público, su voz artística altamente individual y su religiosidad fueron vistos por el régimen soviético como una amenaza. Los intentos de injerencia del régimen llevaron a Pärt a expresar públicamente su desacuerdo. Fue detenido en el aeropuerto de Moscú por disidente, los medios comenzaron a tildarle de “traidor a la patria” y, finalmente, las autoridades soviéticas le recomendaron salir de Estonia.
Se exilió con su familia en enero de 1980, primero a Viena y posteriormente a Berlín, donde vivió durante casi treinta años, mientras en Estonia se prohibían las interpretaciones en directo de sus obras.
Para Pärt, el elemento textual es enormemente importante, algo que se hace evidente incluso en sus piezas instrumentales, donde hay una gran carga de la palabra, casi siempre a partir de textos litúrgicos o plegarias religiosas. Sin embargo, es su música vocal la que de una manera más poderosa recoge esa predilección por lo textual –en reiteradas ocasiones ha afirmado que la voz humana es el instrumento más perfecto– y la que le ha llevado a ganarse el gran reconocimiento del que disfruta a escala global. El presidente del jurado, Paul HiIlier, le sitúa como uno de los compositores contemporáneos más importantes en lo que a música coral se refiere. Entre su producción vocal figuran algunas grandes piezas orquestales como Pasión (1982), Stabat Mater (1985), Te Deum (1985), Miserere (1989/1992), Como cierva sedient (1998/2002) e In principio (2003).
Alemania supuso un nuevo periodo, extraordinariamente fecundo, en la producción de Pärt, en el que jugó un papel muy importante su relación profesional con Manfred Eicher, a quien conoció en 1984. El fundador y productor del sello ECM Records convirtió una nueva grabación de Tabula Rasa en el primer título de una exitosa serie de grabaciones, que llevó la música de Pärt a todo el mundo. Sus piezas comenzaron a incluirse en los programas de muchos de los más prestigiosos festivales internacionales, de orquestas y de ensembles, así como de programas de radio y televisión.
Estonia recuperó su independencia en 1991, y Pärt restauró su relación con el país, tanto personal como artísticamente. Su música se volvió a interpretar con regularidad y los lugares en los que vivió en su juventud le ofrecen habitualmente homenajes el día de su cumpleaños. En 2010, Pärt regresó definitivamente a Estonia, donde vive desde entonces. Ese mismo año, él y su mujer Nora fundaron el Centro Arvo Pärt, cuyo objetivo es crear y mantener el rico archivo personal del compositor y, en paralelo, oficiar como lugar de encuentro para músicos, investigadores y amantes del universo musical.
“Arvo Pärt, que construye una música de gran pureza y espiritualidad, representa una oasis de reposo en un mundo sobresaturado de tecnologías. Su música es una invitación a trascender la individualidad”, destaca Víctor García de Gomar. “De carácter reservado y generoso, siempre ha querido estar cerca de las personas, del ser humano, y no ha dudado en poner su arte al servicio de grandes tragedias”. El secretario del jurado hace así referencia a la obra Da pacem domine (“Te damos gracias, señor”), escrita por Pärt dos días después de los atentados del 11-M de 2004 en Madrid, una plegaria coral de seis minutos que el compositor dedicó a los 192 fallecidos.
La música de Pärt ha alcanzado las más amplias audiencias. “Reconocida por su profundidad y sensibilidad tanto por creyentes como por no creyentes”, asegura Robert Sholl, catedrático de Música en la Universidad de West London (Reino Unido) y miembro del jurado.
Tal y como se destaca en el acta, “no es exagerado decir que la obra de Pärt se interpreta constantemente por todo el mundo”. Su versatilidad y expresividad ha encontrado su propio espacio también en el cine: sus piezas acompañan a centenares de películas, entre ellas, las de Paolo Sorrentino, Víctor Erice y David Trueba. Dos álbumes del compositor estonio han obtenido sendos premios Grammy. Desde hace ocho años, la base de datos más extensa de interpretaciones en directo de música clásica, la de la revista Bachtrack, le sitúa como el compositor contemporáneo vivo más interpretado del mundo.