Charles L. Sawyers (Nashville, Tennessee, Estados Unidos; 1959), estudió Medicina en la Universidad Johns Hopkins (1985) y completó su formación en la Universidad de California, en San Francisco, y en el Howard Hughes Medical Institute de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), donde actualmente es investigador.
Entre 1991 y 2006 desarrolló su carrera clínica, académica e investigadora en UCLA, donde fue catedrático a partir de 2000. En 2006 se incorporó al Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, donde dirige el Programa de Oncología Humana y Patogénesis. Además, desde 2011 es catedrático en el Joan & Sanford Weill Graduate School of Medical Sciences (Universidad de Cornell).
Sawyers es autor de aproximadamente 200 artículos en revistas y titular de doce patentes. Forma parte del Consejo Editorial de Cell, Cancer Cell y Science Translational Medicine, entre otras publicaciones. Ha sido presidente electo de la Sociedad Americana de Investigación Clínica, es miembro del Instituto de Medicina y de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y miembro de la American Academy of Arts and Sciences, entre otras distinciones.
Discurso
Biomedicina VII edición
Rueda de Prensa
El tratamiento del cáncer se diseñará a medida para cada paciente, combinará varios fármacos, según Tony Hunter, Joseph Schlessinger y Charles Sawyers
En la última década la capacidad de los oncólogos para combatir el cáncer ha alcanzado una treintena de fármacos nuevos. Un arsenal cuya potencia se mide en años de vida ganados para los pacientes. Los galardonados en esta séptima edición de los Premios Fronteras del Conocimiento en Biomedicina son tres investigadores artífices de este avance: Tony Hunter, catedrático y director del Cancer Center del Salk Institute; Joseph Schlessinger, director del Departamento de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Yale; y Charles Sawyers, director del Programa de Oncología Humana y Patogénesis del Memorial Sloan Kettering Cancer Center. Se trata, según el acta del jurado, de «tres eminentes científicos que han recorrido todo el camino» hasta llegar a obtener estos nuevos fármacos, «desde los descubrimientos más básicos de los inicios hasta las aplicaciones clínicas que hoy salvan vidas».
Los fármacos desarrollados gracias a Hunter, Schlessinger y Sawyers han hecho posible la llamada medicina personalizada. Son compuestos que actúan específicamente sobre las alteraciones que causan el cáncer y no sobre las células sanas, y permiten, por tanto, tratamientos más eficaces con menos efectos secundarios.
Con distintos bagajes y motivaciones, cada uno de los galardonados protagoniza una parte de la historia. El comienzo lo marca un hallazgo del todo casual. Tony Hunter (Ashford, Reino Unido; 1943), biólogo molecular, empezó su carrera a mediados de los años sesenta. El objeto de su investigación posdoctoral en el Instituto Salk —centro en el que Hunter ha desarrollado toda su carrera— era puramente básico: estudiar un pequeño virus capaz de causar tumores en ratones. Hunter quería descubrir qué proteína confería al virus esa capacidad; pero no estaba solo en la búsqueda, uno de sus colegas parecía habérsele adelantado.
Al querer seguir sus pasos, Hunter no advirtió que la solución reguladora de Ph que usaba en sus experimentos estaba caducada. Y eso fue un golpe de suerte para la medicina. Resultó que la solución habitualmente empleada —no caducada— tenía el efecto de enmascarar un tipo desconocido de enzimas, solo desveladas tras el descuido de Hunter: las tirosina quinasas.
La noticia se difundió rápidamente por los laboratorios de todo el mundo. Muchos grupos repitieron sus experimentos con soluciones deliberadamente caducadas, y las tirosina quinasas emergieron en todo su esplendor: una gran familia de proteínas hasta entonces indistinguible de otra.
Eso ocurrió en 1979. Y muy pronto se desveló la importancia del hallazgo para el cáncer, como refiere Schlessinger: «Rápidamente vimos que los receptores tirosina quinasa están mutados en cáncer, y de repente esto se volvió una gran historia».
«Rápidamente vimos que los receptores tirosina quinasa están mutados en cáncer, y de repente esto se volvió una gran historia».
TUITEAR
Una de las aportaciones clave de Joseph Schlessinger (Topusko, actual Croacia; 1945), químico de formación y doctor en Biofísica por el Instituto Weizmann de Ciencias (Israel), fue desvelar el importante papel de las tirosina quinasas. Estas proteínas abren una puerta específica en la membrana celular y generan, dentro de la célula, una cascada de señales químicas que intervienen en el metabolismo, en la proliferación y en múltiples procesos celulares. El cáncer aparece cuando hay alteraciones en esas autopistas químicas que comunican el exterior de la célula con su núcleo.
«Resultó claro que si interrumpíamos las rutas altera- das habría nuevos fármacos contra el cáncer», explica Schlessinger, que ha participado en el desarrollo de varios de estos compuestos. «Ahora hay una treintena de fármacos basados en esta estrategia, y son mucho más selectivos y eficaces que la quimioterapia convencional. La mayoría no se pueden considerar una cura, pero aumentan la esperanza de vida; así que esto es, sin duda, una revolución».
Aunque aún queda mucho por hacer. Alrededor de un tercio del esfuerzo en investigación y desarrollo de la industria farmacéutica se destina hoy a la búsqueda de nuevos antitumorales que inhiben las rutas de tirosina quinasas. Uno de los grandes retos es vencer las resistencias que generan los pacientes contra estos nuevos fármacos.
En eso ha sido fundamental el trabajo de Charles L. Sawyers, médico que, impulsado en parte por la muerte de un joven paciente de leucemia mieloide crónica (LMC), reorientó su carrera hacia la investigación. Sawyers participó en 1998 en el ensayo en humanos del primer fármaco dirigido contra una tirosina quinasa, el imatinib, para tratar este tipo de leucemia. El imatinib se aprobó en 2001 —un tiempo récord— por los buenos resultados del ensayo.
Pero en ese ensayo las noticias no fueron las mismas para todos. Algunos de los pacientes que al principio mostraban mejorías asombrosas recaían muy pronto, algo que Sawyers recuerda como «una de las experiencias más terribles» de su carrera. Empeñado en descubrir el porqué de este proceso, Sawyers y su equipo dieron con la clave: «Encontramos mutaciones adicionales en el gen que codifica la proteína sobre la que actúa imatinib y así pudimos desarrollar otro principio activo, desatinib, que inhibe la misma proteína de manera distinta», explica. Desatinib se aprobó en 2006.
«Estos fármacos han cambiado completamente la manera en que trabaja la industria farmacéutica, al menos en cáncer», afirma Charles Sawyers. También ha cambiado el tratamiento: ahora es un análisis genético previo lo que determina qué fármaco administrar a cada paciente. «Conocemos cientos de mutaciones, y en muy poco tiempo se ha pasado de tener solo imatinib a disponer de decenas de fármacos que actúan sobre ellas. Este éxito no sería posible sin la investigación básica, que ha permitido comprender los mecanismos profundos del cáncer».