Edward O. Wilson (Alabama, 1929- Burlington, Massachussetts, 2021), se doctoró en Biología por la Universidad de Harvard en 1955. Al año siguiente, se incorporó a la institución como profesor agregado y en 1994 ocupó la cátedra de Investigación Pellegrino en Entomología. Fue catedrático emérito desde 2002 hasta su fallecimiento.
Autor de 433 artículos técnicos y 24 libros, así como editor de otros 7, obtuvo el premio Pulitzer en dos ocasiones: en 1979 por ‘La naturaleza humana’ y en 1991 por ‘Las hormigas’. Otras obras de éxito fueron su autobiografía ‘El Naturalista’, ‘Sociobiología’, ‘La diversidad de la vida’, ‘Consilience’. ‘La unidad del conocimiento’ y ‘El futuro de la vida’. Los libros ‘La conquista social de la Tierra’ (2012), ‘Cartas a un joven científico’ (2013) y ‘El sentido de la existencia humana’ (2014) le situaron en las listas de los más vendidos desde su publicación.
Fue doctor honoris causa por 40 universidades y recibió la Medalla Nacional de la Ciencia (Estados Unidos), el Premio Internacional de Biología (Japón) y el Premio Crafoord de la Real Academia Sueca de Ciencias, entre otros 130 reconocimientos a su trayectoria.
Discurso
Ecología y Biología de la Conservación, III edición
Bajo su despacho en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), descansaba la mayor colección de hormigas del mundo: casi un millón de especímenes de cinco mil variedades distintas. Su estudio hizo aprender muchas cosas a Edward O. Wilson, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2010 en Ecología y Biología de la Conservación. Aprender no solo sobre las hormigas. También sobre las personas. Sobre la sociedad. Sobre la vida. Creador de nuevas áreas científicas, integrador de disciplinas, inspirador de generaciones enteras de investigadores, Wilson encarnó en el siglo XXI la figura de los grandes ilustrados. Era el naturalista por excelencia. “Uno de los pensadores más influyentes de nuestro tiempo, uno de los biólogos más excepcionales y un sobresaliente experto en historia natural”, describió el acta del jurado. “Su impacto ha resultado ciertamente extraordinario en la creación e inspiración de nuevas áreas, no ya de la Ecología y la Biología de la Conservación, sino de la ciencia en general y de su divulgación pública. Son pocos los biólogos hoy en activo que no han recibido, de un modo u otro, la influencia de su trabajo y sus escritos”. No en vano la autobiografía de Wilson se titulaba ‘El naturalista’ .
El University Research Professor emérito de la Universidad de Harvard y conservador honorario de Entomología en el Museo de Zoología Comparada de esa misma universidad vivió su despertar a la naturaleza a los siete años, en un verano en Playa Paraíso, Florida, contemplando admirado medusas y rayas. “La mayoría de los niños pasan por una etapa de [fascinación con los] bichos; creo que yo no he superado la mía”, escribió Wilson. “Cada especie, grande o pequeña, era una maravilla que merecía ser examinada, pensada y, si se daba el caso, capturada y examinada de nuevo”. Wilson lamentaba que los niños de los países desarrollados no tuvieran suficiente experiencia directa de la naturaleza. “Un niño se acerca a la orilla del agua profunda con una mente preparada para el asombro”, escribió. Una espina clavada en la pupila en un accidente de pesca aquel verano, junto con un defecto de audición hereditario, acabarían determinando su vida profesional: le resultaba más sencillo observar pequeños insectos que grandes mamíferos, y no identificaba el canto de los pájaros. “Soy ciego de un ojo y sordo para las frecuencias altas, así que soy entomólogo”, explicó.
A los nueve años Wilson emprendía sus primeras expediciones exploratorias en el parque natural Rock Creek de Washington, y a los trece, en Alabama, descubrió su primera colonia de hormigas de fuego. A los dieciocho años empezó a coleccionar moscas, pero la escasez de alfileres debida a la Segunda Guerra Mundial le hizo pasarse a las hormigas –que podía guardar en viales–. Tras licenciarse en Biología por la Universidad de Alabama, se doctoró en la Universidad de Harvard, a la que siguió vinculado hasta su fallecimiento. Sus estudios sobre las hormigas, un hilo conductor en toda su carrera, le valieron el sobrenombre de “el señor de las hormigas”. Wilson fue el primero en describir el comportamiento social de las hormigas y de otros insectos sociales, desentrañando el “lenguaje químico” con que construyen sus rutas y se comunican. También acuñó y popularizó el término biodiversidad , concepto paralelo al de que la naturaleza funciona como un concierto de especies relacionadas entre sí en un delicado equilibrio. Con su trabajo Wilson no solo ayudó a diseñar mejores estrategias para preservar este equilibrio, sino que transmitió al público en general la importancia de hacerlo. “Los seres vivos son la parte de la naturaleza que más le importa a la humanidad”, decía. “En última instancia, nuestras vidas dependen de ellos. La diversidad de especies crea el entorno preciso que necesitamos para nuestra supervivencia. Estamos destruyendo despreocupadamente una gran parte de esta diversidad. Nos estamos dañando a nosotros mismos, peligrosamente”.
Wilson se mostraba satisfecho de que “la idea de la biodiversidad esté ahora en todas partes”, pero pedía acciones mucho más efectivas para conservarla: “El público y los dirigentes políticos no son aún lo suficientemente conscientes de la importancia de la biodiversidad”. Recordaba que “solo conocemos un diez por ciento de todos los insectos”, y que completar estos grandes vacíos en el conocimiento de los organismos que pueblan el planeta es esencial para nuestro propio desarrollo. Sus obras de divulgación fueron un potente amplificador de ese mensaje. Wilson obtuvo el Premio Pulitzer en dos ocasiones: en 1979 por ‘La naturaleza humana’ y en 1991 por ‘Las hormigas’. Otras de sus obras, como ‘Sociobiología’, ‘La diversidad de la vida’, ‘Consilience. La unidad del conocimiento’, ‘El futuro de la vida’ y su autobiografía también fueron muy exitosas En ellas mostró su habilidad para pasar de la alta especialización científica al conocimiento global, aportando una visión integradora del saber humano.
De esa mirada ecléctica y profundamente erudita surgió incluso un área de investigación, la Sociobiología, que estudia las bases biológicas del comportamiento humano. Está inspirada, en parte, en su investigación de los insectos sociales: “He pensado en lo que el estudio del comportamiento social de las hormigas puede aportar al estudio del comportamiento humano desde que empecé a formular la disciplina de la Sociobiología, en los años setenta. Las hormigas son los animales que tienen la estructura social más compleja, aparte de nosotros. Su estudio ha tenido una enorme influencia en el estudio del comportamiento humano”, decía Wilson. Fue en Consilience donde desarrolló al máximo su idea del saber unificado, de que las ciencias, las humanidades y las artes no son ramas aisladas: “En esta era lo más importante es la síntesis, la capacidad de aunar los avances en diversas áreas y crear un cuerpo común de conocimiento”, explicaba. “Cuando hayamos unificado lo suficiente determinados conocimientos, comprenderemos quiénes somos y por qué estamos aquí”. Wilson siguió siendo hasta el final de su vida un enamorado de las hormigas. Las observaba dondequiera que fuera. Y se declaraba, ante todo, optimista. ¿Será capaz la humanidad de preservar la riqueza de la vida en la Tierra? “Somos bastante capaces de salvarla, si aprendemos más sobre ella y hacemos el esfuerzo. Creo que actuaremos a tiempo”, aseguraba.