Gabor A. Somorjai (Budapest, Hungría; 1935) empezó a estudiar Ingeniería Química en la Universidad de Budapest, pero tuvo que emigrar cuando en 1956 la Unión Soviética invadió Hungría en respuesta a la Revolución Húngara. En Estados Unidos, ingresó en la Universidad de California en Berkeley, donde se doctoró en Química en 1960. Obtuvo la nacionalidad estadounidense en 1962. Su vida profesional empezó como investigador en IBM, pero en 1964 regresó a la Universidad de Berkeley como profesor auxiliar, donde posteriormente ascendió a profesor asociado (1967) y a catedrático (1972).
Hoy sigue en la misma universidad y dirige el programa de Catálisis y Ciencia de Superficies en la División de Ciencia de Materiales del Lawrence Berkeley National Laboratory.
Su producción a lo largo de cinco décadas incluye más de un millar de publicaciones y tres manuales universitarios. Ha sido mentor de más de 380 estudiantes de doctorado y postdoctorales, y ha recibido los más importantes galardones en química. La Sociedad Americana de Química ha creado un premio con su nombre.
Ha recibido la National Medal of Science, el Priestley Award, el Wolf Foundation Prize y 11 doctorados honoris causa, entre otros reconocimientos.
Discurso
Ciencias Básicas, III edición
“Mira siempre hacia delante, al futuro, y si te equivocas persevera. El éxito es el resultado de la perseverancia.” Ese es el principal consejo que da a sus estudiantes Gabor A. Somorjai, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2010 en Ciencias Básicas (Química, Física, Matemáticas). Su mensaje destila de su gran experiencia científica, pero también de una trayectoria vital que él mismo califica de “tumultuosa”.
Somorjai es el fundador de la moderna Química de Superficies. Eso significa que su trabajo a lo largo de cinco décadas ha sido crucial para un sinfín de aplicaciones: los catalizadores de los vehículos, los fertilizantes agrícolas, el desarrollo de fármacos, los microchips cada vez más diminutos, las memorias magnéticas, los bioimplantes en medicina… La vida sería hoy distinta sin la visión de futuro y la perseverancia de Gabor A. Somorjai.
“Nací en 1935 en Budapest, justo a tiempo de vivir los peores momentos de la Segunda Guerra Mundial”, cuenta Somorjai. “El frente atravesaba Hungría. Las vidas de mi madre y de mi hermana, y la mía propia, fueron salvadas por el diplomático sueco Raoul Wallenberg. A principios de los cincuenta, en mis años de instituto, la ocupación rusa llevó el comunismo al gobierno de Hungría, y el carácter “burgués” de mi familia –teníamos una tienda de zapatos– nos convirtió en “enemigos de clase”, lo que me impedía acceder a la universidad. Sin embargo, como era un buen jugador de baloncesto en mi instituto, hicieron una excepción y en 1953 fui aceptado en la Universidad Técnica. Era el período más duro del estalinismo.”
Somorjai quería ser historiador, pero su padre le hizo ver que la Ingeniería Química ofrecía muchas más salidas profesionales. Aún así, el panorama se presentaba difícil. La economía planificada socialista no estimaba necesarios más de cincuenta nuevos ingenieros químicos en cada promoción: “El ambiente era muy competitivo”, recuerda Somorjai. Había además otros obstáculos. En el otoño de 1956 estalló la Revolución Húngara con la participación de los estudiantes. “Tras diez días de libertad las tropas rusas ocuparon de nuevo Budapest, y dos semanas más tarde mi actual esposa, Judy, y yo escapamos a Austria.”
Su condición de estudiantes facilitó el que ambos obtuvieran plaza en 1957 en un vuelo a Estados Unidos. Y fue su “increíble suerte”, dice Somorjai, la que hizo que los admitieran en la Facultad de Química de la Universidad de California-Berkeley. Ese mismo año él empezó a investigar, a desarrollar su propia instrumentación –algo que se revelaría crucial en su carrera– y a ganar un primer sueldo como profesor ayudante. Las cosas iban bien, pero era duro. Con el resto de la familia aún en Europa –más tarde se reunirían–, había que demostrar la propia valía en un entorno e idioma nuevos. ¿Cómo se hace todo eso? Somorjai remite al consejo del principio: “Mirando siempre al futuro. Es la norma para todo emigrante”.
No es la única recomendación que han recibido los estudiantes de Somorjai, más de trescientos cincuenta –posdoctorales incluidos– a lo largo de su carrera. La segunda en importancia es esta: “Ten una visión de lo que quieres conseguir en ciencia, algo a lo que valga la pena dedicar la vida, y no solo una estrategia para financiar el siguiente experimento”. La “visión” de Somorjai ha sido comprender y controlar el comportamiento de las moléculas en las superficies.
En 1960 se doctoró y, buscando un descanso de la enseñanza, entró en la división de investigación de IBM, en Nueva York. La era del transistor –el antepasado de los chips– despegaba con fuerza, mientras lo hacía también, en paralelo, la Química de Superficies. Comenzaba ya la miniaturización de los dispositivos electrónicos para aumentar su rapidez –cuanto menor sea un circuito electrónico, menos tiempo tardan los electrones en recorrerlo–, y, por tanto, la importancia de las superficies. “La miniaturización hace que los dispositivos sean todo superficie”, explica Somorjai.
En realidad, la mayoría de los procesos importantes para la tecnología, para la naturaleza, para la fisiología humana, tienen lugar en las superficies. La Química de Superficies estudia lo que pasa en la interfase entre un sólido y un gas, un sólido y un líquido, o dos sólidos. Son frentes de contacto presentes en la piel de los organismos; en la catálisis; en fenómenos tan universales como la corrosión, la lubricación o la adhesión. Determinan las propiedades ópticas de los materiales –la transmisión de información por fibra óptica, por ejemplo–, y también las propiedades eléctricas y magnéticas.
De ahí que el desarrollo de la Química de Superficies haya impulsado tantas aplicaciones. En los años sesenta, sin embargo, era difícil prever el potencial del área: simplemente, no existían aún las herramientas adecuadas. La Química se limitaba entonces a describir lo que ocurría a escala macroscópica, sin acceso directo posible a las moléculas. Así, Somorjai se dedicó por entero al reto de descender a la escala molecular. A él se debe la instrumentación que abrió la puerta a lo que los expertos llaman ‘la revolución de la Química de Superficies’:“De pronto se hizo evidente toda la belleza de las reacciones químicas en las superficies, y por qué son importantes. Pasamos de no saber qué estaba sucediendo a contemplar un paisaje inesperado”.
“De pronto se hizo evidente toda la belleza de las reacciones químicas en las superficies, y por qué son importantes. Pasamos de no saber qué estaba sucediendo a contemplar un paisaje inesperado”.
TUITEAR
El trabajo de Somorjai, por tanto, marca la transición de una Química empírica y macroscópica, basada sobre todo en el método de ensayo y error, a una Química capaz de entender y controlar el mundo de las moléculas. “Cuando ves la superficie a escala molecular –su estructura, su composición, sus estados de oxidación, la movilidad de las moléculas en las interfases–, las aplicaciones y tecnologías se desarrollan en direcciones completamente nuevas.”
En 1963 Somorjai ya no albergaba dudas sobre su vocación investigadora. Regresó a la Universidad de California-Berkeley, donde dirige actualmente el Programa de Catálisis y Ciencia de Superficies del Lawrence Berkeley National Laboratory. En las últimas décadas su investigación ha entrado de lleno en la Nanotecnología, cuyo objetivo es controlar la estructura de la materia a escala de millonésimas de milímetro. Es, para Somorjai, un paso más en la misma dirección: “Los catalizadores que mantienen la vida en el organismo –las enzimas–, los que producen los plásticos, los que convierten la biomasa en combustibles líquidos… todos son nanopartículas”, explica Somorjai. “Las oportunidades para hacer nuevos productos basados en la nanociencia son ilimitadas.”
El premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2010 en Ciencias Básicas vaticina que todo ese potencial se materializará en nuevas soluciones para los grandes desafíos de la Química actual: el desarrollo de fuentes energéticas no contaminantes y el uso de procesos productivos basados en reacciones más específicas y selectivas, que produzcan exactamente lo que se desea sin generar apenas residuos. “Es lo que llamamos ‘Química verde’. Es una de las fronteras de la ciencia, y la Química de Superficies puede proporcionar respuestas.”