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Discurso de aceptación
George Benjamin
Con tan sólo siete años, George Benjamin ya había recibido una gran influencia musical por parte de su familia, muy melómana aunque no de manera profesional. El pop de mediados de la década de los sesenta del pasado siglo era una pasión para él, especialmente a través de su hermana mayor, con la que escuchaba una popular emisora de radio en la pequeña habitación que compartían. Esta pasión le duró hasta que fue a ver la película de Walt Disney Fantasía (1940), un largometraje musical con composiciones de Bach, Chaikovski, Stravinsky y Schubert, entre otros.
Desde esa corta edad, siete años, comenzó a estudiar música y a los nueve compuso su primera pieza. Durante sus primeros años como estudiante recibió clases particulares de composición y piano en su Londres natal, y desde principios de los pasados setenta lo hizo con Peter Gellhorn como mentor, quien en el año 1976 le llevó a realizar una audición ante Olivier Messiaen.
Durante los siguientes cuatro años, Benjamin continuó su formación en la capital francesa, en el Conservatoire National Supérieur de Musique et de Danse de Paris, con Messiaen, “su principal maestro”, hasta que tuvo lugar otro de los grandes hitos que marcaría la joven carrera musical de Benjamin: su pieza orquestal Ringed by the Flat Horizon (1980) fue interpretada en los prestigiosos Proms de Londres por la BBC Symphony Orchestra y bajo la batuta de Sir Mark Elder. Se convertía así, a sus veinte años de edad, en el compositor más joven en ser programado en este festival, un hito que continúa todavía sin batir. Tan solo dos años después, cuando estaba continuando sus estudios con Alexander Goehr en el King’s College de Cambridge, Sir Simon Rattle dirigió a la London Sinfonietta en el estreno mundial de su pieza de cámara At First Light (1982).
Su estancia en París permitió a Benjamin realizar un curso de unas semanas en el IRCAM, creado y dirigido en esa época por Pierrez Boulez (Premio Fronteras del Conocimiento en 2012), lo que le dio la oportunidad de acercarse a la creación más vanguardista en términos de tecnología, así como a aumentar su ya elevado interés hacia instrumentos inusuales: utilizó teclados microtonales desarrollados por el IRCAM para Antara (1987), su famosa pieza para conjunto y electrónica, para celebrar el décimo aniversario del Centro Pompidou, interpretada en el propio IRCAM y que fue la primera composición publicada que utilizó el programa de notación Sibelius. Otras obras relevantes en los años siguientes fueron Three Inventions for chamber orchestra (1995), para conmemorar la 75ª edición del Festival de Salzburgo, o Palimpsests (2002), un homenaje por el 75º cumpleaños de Pierre Boulez, que fue, además, el encargado de dirigir el estreno absoluto de la primera parte de la pieza.
En todo este tiempo Benjamin tenía claro que se acercaba el momento de crear la que para él es la forma más completa y compleja del mundo musical: su primera ópera: “El caso es que de niño me encantaba la ópera. Es decir, estaba obsesionado con ella en cuanto la descubrí, y lo que más me gustaba era la ópera oscura y aterradora. Quise componer ópera desde muy joven, cuando tenía 10 años. ¡Soñaba con óperas!, pero compuse mi primera ópera cuando tenía unos 45 años. Y la razón principal es que tardé entre 20 y 30 años en encontrar al colaborador perfecto: el autor Martin Crimp. Sin él, probablemente jamás me hubiera convertido en un compositor de ópera. Hoy no estaría recibiendo este premio. Así que eso es lo primordial. Ha sido un hecho absolutamente transformador para mí como compositor y es lo que me permitió alcanzar mi sueño de componer la forma artística más maravillosa: la ópera”.
Una pareja compositiva indisoluble
Tras docenas de encuentros con posibles colaboradores, Benjamin no encontraba la “magia” que consideraba imprescindible para embarcarse en un proyecto de esas dimensiones. Antes de conocer a Crimp, llegó incluso a desistir y a concluir que jamás escribiría una ópera: “Conocí a mucha gente, a muchos dramaturgos, cineastas, novelistas, directores, y nunca lograba conectar con ellos, ni remotamente. Y después de 50 de estas reuniones, todo se vuelve un poco embarazoso. Es muy difícil lograr que la química funcione. Y entonces me di por vencido en torno a 2003”. Pero poco después, un musicólogo e intérprete de viola de gamba, Laurence Dreyfus, que era íntimo amigo de Martin Crimp, les presentó: “En unos pocos minutos –recuerda Benjamin– supe que era diferente, que había algo especial en Martin y en su trabajo, que yo había estudiado a fondo antes de reunirme con él. Su trabajo es muy duro, pero él es una persona muy amable. Y la divergencia entre esos dos fenómenos me pareció muy interesante. Martin ama la música con una pasión intensa y tengo la suerte de haber trabajado con él cuatro veces”.
Benjamin se refiere a su inseparable colaborador de una forma muy elogiosa: “La electricidad que desprenden sus palabras, las formas que me ofrece, la forma narrativa y las estructuras que me propone… Le preocupa mucho la estructura, como a mí… Las palabras son muy sencillas, pero las estructuras que propone son muy complejas, casi como cristales. Estas cosas galvanizan mis capacidades, mi imaginación. Y compongo a mucha mayor velocidad. Con una pieza de conjunto o una pieza para piano solo o para orquesta, no cuento con esto. Tengo ideas, pero las ideas no son música. También necesito tener un vínculo pasional muy fuerte con el sonido que estoy creando cuando compongo y, sobre todo, con la armonía. Si no encuentro eso, no puedo componer. Muchas veces, sobre todo con las piezas para orquesta, puedo vagar en la oscuridad durante varios meses, bastantes meses, antes de encontrar algo. Y siempre al final de una composición voy muy rápido, tan rápido que apenas puedo dormir. Pero el principio siempre es como buscar en el inframundo un poquito de luz para encontrar el camino. Y al final encuentro algo, pero las primeras semanas pueden ser duras”.
Preguntado acerca de los temas que tratan sus óperas, Benjamin considera que el período histórico en el que se sitúen no es lo importante: “Mis primeras óperas (como espectador) fueron Salomé y Wozzeck, las óperas más oscuras de principios del siglo XX. Me fascinaba la mezcla de drama con música, y creo que es irrelevante el periodo en el que vives. El estilo tiene que mutar y cambiar continuamente. En cuanto al hecho de que nuestras obras estén ambientadas, por lo general, en periodos antiguos, pero tengan fuertes referencias contemporáneas, es una de las muchas cosas que he tenido que aprender escribiendo ópera, sin sugerir soluciones simples ni representaciones planas. Es algo que ha formado parte de mi proceso de aprendizaje. De hecho, es una gran fuente de inspiración porque es cierto que la música, el teatro y la ópera, con palabras y drama, inevitablemente se convierten en un espejo de nuestro mundo contemporáneo. Hay una extraña belleza en cómo la ópera impacta y provoca una profunda resonancia en las cosas que son importantes para nuestro mundo en este momento. Nos enfrentamos a grandes retos en este momento. Es casi aterrador. ¿Quién puede ofrecer algo? Y no me siento capaz ni siquiera de sugerir una solución a nada. Pero la música puede llegar al corazón de la gente de un modo diferente a cualquier otra cosa… Y al final, más que cualquier otro concepto o ambición, lo que me guía es componer algo que yo mismo quiero escuchar, que me importa y que es lo mejor que puedo hacer con la esperanza de que pueda haber personas ahí fuera que también sean sensibles y estén abiertas a ello y en las que pueda resonar, para que quizás algo permanezca, y abra un área de pensamiento y sentimiento que podría ser nueva y significativa”.
Una fuerte conexión con España
En su obra para orquesta y coro Dream of the Song (2014-2015) Benjamin muestra parte de la enorme influencia que tiene de la cultura española: “En esa pieza no sólo hay poemas de Federico García Lorca –cuya casa visité en Granada la primera vez que fui y cuyo piano toqué–, sino también hay textos basados en poesía hebrea del siglo XI de Andalucía, una poesía de una modernidad y belleza extraordinarias”.
Los vínculos de Benjamin con España son, según destaca, profundos, “Es un país que me encanta, he estado muchas veces y en muchas regiones diferentes. Mi primera experiencia profesional allí fue en Barcelona, donde alguien que ha seguido siendo un amigo muy querido y un fiel defensor de mi música, Josep Pons (actual director musical del Gran Teatre del Liceu de Barcelona), me invitó a dirigir la Orquesta de Cámara del Teatro Lliure de Barcelona. También me invitó a dirigir la Orquesta Ciudad de Granada, y eso me dio la emocionante oportunidad de ver el que quizá sea el lugar más hermoso de Europa, que es la Alhambra. He estado dos o tres veces desde entonces. Sigue siendo para mí una joya absoluta de la Corona de nuestro continente”.
El propio Josep Pons destaca que “conceder el premio a Benjamin es un acierto porque es un grande y pasará a la historia de la música por cualquiera de sus obras, ya sean sinfónicas, de cámara u óperas. Para mí, un hito fue cuando en la OCNE le dedicamos una Carta Blanca, que incluía distintas actividades. Una de ellas fue una proyección en la Filmoteca Nacional del Nosferatu de Murnau. George pidió verla en una versión acelerada y después, durante el pase con público, se puso al piano como en las antiguas sesiones de cine mudo e improvisó. Fue una experiencia única porque tiene una gran capacidad de improvisación y es un gran pianista. No solo es un número uno en lo musical, además tiene una gran calidad humana, una ética y unos valores que le impiden hacer concesiones”.
El maestro Pons fue posteriormente el encargado de dirigir el estreno en España de Lessons in Love and Violence, en el Teatre del Liceu en 2021, en plena era COVID, lo que, por motivos de visado, le impidió a Benjamin presenciarlo: “Hacíamos videoconferencias durante los ensayos – explica Pons– y luego él nos enviaba sus comentarios. Tiene un oído privilegiado y era capaz de identificar que una flauta había cambiado una nota de la partitura”. El propio Benjamin lo recuerda con agrado: “Pude verlo en YouTube –recuerda– y la representación fue extraordinaria. Así que esa es en cierto modo mi principal conexión con España, pero ha habido muchas otras, muchas otras veces que he venido a trabajar a su país. Admiro profundamente a España por la historia de la música clásica en los últimos 30-40 años, porque vemos el crecimiento de la música clásica casi más que en cualquier otro país del mundo, excepto quizá China y Corea. Se observa un aumento de la excelencia. Se ve una extensión en la producción, en la construcción de salas de conciertos, teatros de ópera. La calidad de los músicos españoles, de los compositores, de los directores es ahora tan grande que están en todo el mundo: percusionistas y ahora también los músicos de cuerda, de viento, de metal, están en los conjuntos más magníficos. Eso no ocurría hace 40 años. Pero también hay otra cosa: mi familia es judía, y la familia de mi madre vino de España. El nombre original era Abendana, y estoy bastante seguro de que las raíces vienen de la tradición traductora del centro de España, ya sea Toledo o más al sur. Así que siento un vínculo real, espiritual [con España]… Y en cuanto a mi familia, una conexión muy fuerte. Soy sefardí en más de un 50%. Así que sí, España es muy importante para mí”, concluye.
Como director de orquesta, el repertorio de George Benjamin incluye desde Mozart y Schumann hasta Knussen y Abrahamsen y ha llevado a cabo el estreno mundial de numerosas obras, incluyendo piezas de Wolfgang Rihm, Unsuk Chin, Gérard Grisey y György Ligeti. Desde 2001 desempeña la Cátedra de Composición Henry Purcell en King‘s College London.