György Kurtág (Transilvania, Rumanía; 1926) estudia piano a partir de 1940 con Magda Kardos y composición con Max Eisikovits. En 1946 se traslada a Budapest, donde estudia composición con Sándor Veress y Ferenc Farkas, piano con Pál Kadosa y música de cámara con Leó Weiner. Para escapar de la dureza y la censura del régimen estalinista, entre 1957 y 1958 se traslada a París, donde asiste a las clases de Olivier Messiaen y de Darius Milhaud y conoce a la psicóloga Marianne Stein, que, según él mismo, transforma su vida. Estas influencias, a las que se añaden las del Domaine Musical que dirige Pierre Boulez, le impregnan de las técnicas de la Segunda Escuela vienesa -Arnold Schoenberg y Anton Webern- sobre todo en cuanto a la concisión.
De regreso a Budapest hace escala en Colonia, donde Ligeti le descubre Gruppen, para tres orquestas espacializadas, de Stockhausen, que marca profundamente sus ideas sobre la composición. La primera obra que firma tras su regreso es su Cuarteto de cuerda, calificado como su Opus nº1. Fue profesor de piano y de música de cámara en la Academia Franz Liszt de Budapest desde 1967 hasta su jubilación en 1986, tras la cual no ha cesado su labor pedagógica y concertística.
Muestra de su pasión por la enseñanza y de la búsqueda de una pedagogía nueva, es su ciclo de obras para piano ‘Játékok’ (1973-1976), pensado para los niños, e inspirado en sus juegos. Lo esencial de la obra de Kurtág está orientado hacia las pequeñas formas, como por ejemplo su ciclo para cuarteto de cuerda ‘Microludes’ (1977-1978). Estas formas cortas están reunidas frecuentemente en ciclos: ‘Messages de feu Demoiselle Troussova’ para soprano y grupo instrumental (1967-1980), ‘Les Propos de Peter Bornemisza, opus 7’ (1963-1968) que marcan un claro post-webernismo en su estilo.
La música de cámara, que Kurtág siempre ha enseñado, es su terreno predilecto, en el que utiliza a menudo el címbalom, instrumento tradicional húngaro: ‘Duos’ (1960-1961), ‘Szálkák’ (1973) son ejemplos de este tipo de composiciones. Exceptuadas ‘Stele’ (1994) para gran orquesta, que le encarga Claudio Abbado, y ‘Concertante Op. 42’, para violín, viola y orquesta (2003), Kurtág compone raramente para grandes formaciones, pues concentra su energía en formaciones de cámara, que le permiten un acceso más directo a la búsqueda de lo esencial, de la eficacia dramática de su música. Kurtág acaba de terminar su primera ópera ‘Fin de partie de Samuel Beckett’, que se ha estrenado en noviembre de 2016 en el Teatro La Scala de Milán.
Discurso
Música Contemporánea VII edición
György Kurtág es un creador universal. Su mirada es omnicomprensiva: abarca toda la historia de la música, desde Perotín hasta Stockhausen, y todos los estilos y estéticas conocidos. Y sin embargo, Kurtág no es un artista ecléctico. No toma rasgos o giros de este estilo o de aquel, de este compositor o del otro, sino que construye su universo personal por elevación, sobrevolando todo lo anterior.
En el espectador, las obras de Kurtág provocan una sensación de globalidad, de completitud, por más que su aspecto sea a veces fragmentario o aforístico. Su punto de vista como creador parece estar situado excepcionalmente alto o lejano, lo que quizá tenga que ver con haber pasado la mayor parte de su vida en Budapest, al otro lado del Telón de Acero, lejos de la acción vanguardista, o con haber amado tanto la literatura, o con haber dedicado mucho tiempo a la práctica y la enseñanza de la música de cámara («la verdad de la música», en palabras de Teresa Berganza).
Cameristas legendarios como Zoltán Kocsis, András Schiff o el Cuarteto Takács se cuentan entre sus alumnos. Desde ese gran reservorio de musicalidad que fue y sigue siendo la Academia Liszt de Budapest, György Kurtág ha sabido absorber toda la complejidad del siglo XX musical y convertirla en una propuesta artística original que se proyecta con fuerza sobre el siglo XXI.
La biografía de Kurtág combina la firmeza de sus raíces húngaras con una curiosidad ávida que lo llevó a interesarse por la actualidad europea. Kurtág se instaló en Budapest a los veinte años y en la Academia Franz Liszt estudió Piano con Pál Kado-sa, Música de Cámara con Leó Weiner y Composición con Sándor Veress, Pál Járdány y Ferenc Farkas. En la misma academia se convirtió en profesor, primero de Piano y enseguida, durante décadas, de Música de Cámara, y ha ejercido ambas especialidades en el escenario.
En 1947 se casó con la pianista Márta Kinsker, cuyo criterio como analista musical ha sido siempre de gran importancia para Kurtág a la hora de juzgar sus propias composiciones. En Budapest, al igual que su amigo György Ligeti, tuvo un acceso muy limitado a partituras de la música occidental.
Su primer viaje de descubrimiento fue a París, donde estudió con Olivier Messiaen, Darius Milhaud y Max Deutsch durante el curso 1957-1958. Allí conoció también a Samuel Beckett y, concretamente, su ‘Final de partida’, un drama que le marcó para toda la vida. En París, Kurtág analizó toda la obra de Anton Webern. Resultado de estas exploraciones fue su primera composición reconocida: el ‘Cuarteto de cuerda, op. 1’.
Su primera gran obra vocal es la cantata para soprano y piano Los dichos de Péter Bornemisza, basada en los sermones de un predicador reformista de la Hungría del siglo XV. Se estrenó en Darmstadt, en 1968, sin éxito. El reconocimiento general no le llegó hasta 1981, cuando el Ensemble Intercontemporain, dirigido por Sylvain Cambreling, estrenó en París los ‘Mensajes de la difunta señorita R. V. Troussova’, una obra de lirismo nuevo y de expresividad intensa y original.
Poco antes, en 1973, Kurtág había comenzado a componer sus ‘Elo˝-Játékok’ (‘Prejuegos’), que nacieron como álbum para niños y acabaron convirtiéndose en una especie de diario compositivo en el que Kurtág volcó impresiones e ideas durante años, y en el que podía reclamar la espontaneidad y la flexibilidad de a tradición declamatoria popular, del canto gregoriano y del piano infantil. El interés de Kurtág por el texto cantado dio lugar a numerosas obras vocales, como sus canciones sobre poetas rusos, desde Mijaíl Lérmontov a Anna Ajmátova. Kurtág, que se había negado a aprender ruso de joven, cuando era obligatorio, lo estudió luego para poder leer a Dostoyevski.
El prestigio alcanzado con los ‘Mensajes’ le permitió realizar sucesivos viajes europeos sin perder nunca la referencia de Budapest: en 1993 a Berlín, donde se convirtió en compositor residente de la Filarmónica; en 1995 a Viena, donde fue igualmente compositor residente de la Konzerthaus; en 1996 a Ámsterdam, invitado por el Conservatorio de La Haya; y en 1998 de nuevo a París, esta vez como residente del Intercontemporain y del Conservatorio Nacional Superior de Música.
Principales frutos de estas estancias europeas han sido ‘…quasi una fantasia…, op. 27’, donde Kurtág explora el concepto de música en el espacio; ‘Grabstein für Stephan, op. 15c’, centrada en la guitarra; ‘Samuel Beckett: Qué es la palabra, para recitadora’; o ‘Stele, op. 33’, estrenado por Claudio Abbado y la Filarmónica de Berlín. Kurtág ha recibido premios muy importantes: el Kossuth, el Grawemeyer, la Medalla de Oro de la Royal Philharmonic Society, entre otros.
Vive desde 2002 en Francia, donde trabaja en la composición de la ópera ‘Final de partida’ (‘Fin de partie’), prevista para el Festival de Salzburgo de 2016, año en que cumplirá noventa. Kurtág aún está resolviendo la conmoción de su encuentro con Beckett: «Trabajo en esta ópera desde hace más de cuatro años y aún no veo el final, por lo que puede ser que me muera antes, pero hasta el último momento seguiré intentando ser el intérprete de Beckett».
El viejo maestro de cameristas sigue enfocando su trabajo de compositor desde la perspectiva de intérprete, de hombre de escenario: «Puedo identificarme con los cuatro personajes de Final de partida. Trato de interpretar lo que pasa en sus almas antes incluso de que digan nada». Intérprete, también en el sentido de traductor, tanto de los demás como de sí mismo, obligado a la fidelidad y a la precisión. El jurado de los Premios Fronteras del Conocimiento en Música Contemporánea asegura en el acta que «para Kurtág, la mayor exigencia es encontrar la nota exacta, la que lleva consigo un mundo entero». En efecto, toda la trayectoria artística de György Kurtág puede entenderse como una versión musical de la plegaria laica del poeta español Juan Ramón Jiménez: «¡Intelijencia!, dame / el nombre exacto de las cosas!».