Michael E. Fisher (Trinidad y Tobago, 1931, de nacionalidad británica-2021) recibió su doctorado en Física del King’s College de Londres en 1957, donde fue nombrado catedrático en 1965. En 1966, se trasladó a la Universidad de Cornell, donde se convirtió en catedrático de química, física y matemáticas, y donde entre 1975 y 1978 dirigió el Departamento de Química. En 1971, se convirtió en miembro de la Royal Society y dos años después ocupó la cátedra Horace White. En 1983, fue elegido miembro de la Academia Nacional de Ciencias. En 1987, se incorporó al Instituto de Ciencia Física y Tecnología en la Universidad de Maryland.
Entre otros reconocimientos, Fisher recibió el premio Wolf (en 1980, junto a Kenneth G. Wilson y Leo Kadanoff), el Premio Irving Langmuir en Física Química (1971), la Medalla Boltzmann de la IUPAP (1983), el Premio Lars Onsager de la APS (1995) y la Medalla Real en Física que concede la Royal Society del Reino Unido (2005).
Falleció el 26 de noviembre de 2021 a los 90 años.
El inicio de las carreras científicas de Richard N. Zare (Cleveland, Ohio; 1939) y Michael E. Fisher coincide con dos de los grandes descubrimientos del siglo pasado: la luz láser y la estructura de la molécula de ADN. Fisher, además de tiempo, compartió lugar: el prestigioso King’s College London, cuyo Departamento de Física era un emocionante foco de investigación de la época. Láser y ADN. Ambos hallazgos son importantes en la vida de los dos galardonados con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2009 en la categoría de Ciencias Básicas. Fisher se declara hoy fascinado por la comprensión del funcionamiento de determinadas moléculas biológicas, y de la célula en general. Zare desarrolló técnicas basadas en el láser que por primera vez han permitido ver las moléculas individualmente, y cuyas aplicaciones han sido revolucionarias: desde mostrar los entresijos de las reacciones químicas –el equivalente a visualizar una película fotograma a fotograma– hasta secuenciar… precisamente la molécula de ADN.
Entusiasmo; afán por compartir “la emoción del descubrimiento” –en palabras del propio Zare–; y búsqueda permanente de aventura intelectual son algunos de los elementos más frecuentes en las descripciones de Richard N. Zare, que además ama enseñar. “Construid espléndidos castillos de arena, los cimientos los pondréis después; sin sueños, sin aspiraciones, no se consigue nada”, aconseja a los estudiantes. “Enseñar te obliga a cuestionar lo que se sabe, y esa es la actitud que debe tener el investigador. La enseñanza es mi arma secreta”.
A él esa fórmula le ha dado resultado. Zare, Marguerite Blake Wilbur professor en Ciencias de la Naturaleza de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), es autor de más de ochocientas publicaciones científicas y de cuatro libros; posee unas cincuenta patentes; y ha sido miembro del National Science Board –el órgano ejecutivo de la Fundación Nacional de la Ciencia estadounidense–, entre 1992 y 1998, los dos últimos años como presidente.
Su aportación más relevante, la técnica que ha resultado clave para el estudio de las moléculas y sus interacciones, es la fluorescencia inducida por láser. Se basa en iluminar las moléculas con luz láser y analizar la radiación que emiten cuando vuelven al estado previo a ser excitadas. Gracias a esta técnica “hoy podemos observar las moléculas una a una, y seguir lo que hacen en el tiempo y en el espacio”.
La fluorescencia inducida por láser tiene aplicaciones en campos muy diversos, en consonancia con los intereses del propio Zare. “Para mí hay una única ciencia. Me guío por lo que me resulta emocionante, por la sensación de aventura, y soy totalmente oportunista: haría cualquier experimento si tuviera los medios y creyera que nos podría ayudar a entender el extraño mundo en que vivimos”. La trayectoria de Zare confirma sus palabras. Obtuvo la doble licenciatura, en Física y en Química, en la Universidad de Harvard (Estados Unidos) en 1961; se doctoró en Química-Física en 1964 –con menos de veinticinco años–; y tras un breve paso por el Massachusetts Institute of Technology (mit) se trasladó a la Universidad de Colorado, donde hasta 1966 perteneció a tres departamentos: Química, Física y Astrofísica. En sus siguientes destinos, la Universidad de Columbia y la de Stanford, se mantuvo en el Departamento de Química, pero su investigación entra cada vez más en la Biología. Es desde 2006 catedrático del prestigioso Howard Hughes Medical Institute (hhmi).
Uno de los capítulos más mediáticos de su biografía es el relacionado con el meteorito Marte alh84001, del que la nasa anunció en 1996 que contenía indicios de vida extraterrestre. El grupo de Zare encontró en las muestras del meteorito un tipo de moléculas orgánicas que se generan en procesos asociados a la vida pero también, por ejemplo, en la quema de petróleo. Unido a otras evidencias el hallazgo sirvió de base al anuncio de la nasa. “Sigo profundamente interesado en el tema”, dice Zare. “Quiero mantenerme abierto a la posibilidad de la existencia de vida primitiva en Marte hasta que vayamos allí y la busquemos”.
La agenda científica de Zare incluye hoy líneas muy dispares, desde el conteo exacto de las proteínas en una célula determinada hasta el desarrollo de nanopartículas para transportar fármacos en el organismo. “Mi lista de problemas pendientes es demasiado larga para ser contada aquí”, señala Zare.
Michael E. Fisher, distinguished university professor y regents professor en la Universidad de Maryland (Estados Unidos), compartía con Zare el considerar borrosas las barreras de la ciencia, y la forma no planificada de guiar su carrera. “No sabes nunca si lo que estás investigando va a ser una isla pequeña o un gran continente. Si a uno le gusta viajar y explorar, como a mí, siempre es una sorpresa agradable ver que hay otro país detrás del que conoces. Personalmente siempre quise explorarlo todo, solo que la vida es demasiado corta”.
“La conversión de un estado de la materia en otro se produce en un punto especial, y me ha fascinado durante muchos años”, dice Fisher.
TUITEAR
Fisher figuró durante décadas entre los físicos más citados, con un libro y más de trescientos ochenta artículos publicados. Pero sus colegas destacan en él una habilidad adicional: su intenso sentido crítico y su exigencia de rigor le han convertido en guía y maestro de los principales científicos en su área. Aunque los primeros años de su carrera transcurrieron en el King’s College London, Fisher realizó sus principales aportaciones en la Universidad de Cornell (Nueva York).
Si el trabajo de Zare ha permitido visualizar las moléculas aisladamente, el área de Fisher era la mecánica estadística, que describe el comportamiento en masa de las moléculas. Las contribuciones de Fisher han resultado cruciales para la comprensión de las llamadas transiciones de fase, como el cambio de estado del agua o la imantación de un metal. Fisher no solo corrigió la teoría que describía estos fenómenos ya desde hacía más de un siglo, sino que advirtió su aplicabilidad a muchos sistemas distintos. “La conversión de un estado de la materia en otro se produce en un punto especial, y me ha fascinado durante muchos años”, decía.
Como en el caso de Zare, Fisher investigó también problemas de índole biológica. Estudia, en concreto, proteínas que funcionan como motores moleculares. “La célula es como una pequeña ciudad, en la que esta molécula lleva cosas de un sitio a otro. En Biología puede hacerse todo tipo de experimentos increíbles, como colgar una etiqueta a esta molécula y ver cómo es arrastrada por la célula. Pero ¿cómo se mueve? ¿Cómo lo hace la molécula? La teoría que necesitas para responder a esta cuestión es también mecánica estadística”.