Peter B. Reich (Nueva York, Estados Unidos; 1953) comenzó su formación científica con una doble licenciatura en Física y Escritura Creativa en el Goddard College (Vermont, Estados Unidos), a la que siguió un máster en Ecología Forestal en la Universidad de Missouri. En 1983, se doctoró en Biología Ambiental y Ecología Vegetal por la Universidad de Cornell. Entre 1985 y 1991, fue Associate Professor y Assistant Professor en el Departamento de Silvicultura de la Universidad de Wisconsin. Ha realizado estancias como investigador visitante en la Universidad Macquarie de Sidney, Australia (1998-99) y en la Universidad Nacional de Comahue, Bariloche, Argentina (2005). Fue director del Instituto Hawkesbury del Medio Ambiente en la Universidad de Western Sydney, Australia (2011-13), del que forma parte como director científico desde 2013. En la Universidad de Minnesota, ocupa la cátedra F.B. Hubachek desde 1991, es Distinguished McKnight University Professor desde 2003, Regents Professor desde 2007 y Resident Fellow desde 2009.
Es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias desde 2011. Entre sus reconocimientos, se cuentan el Premio Presidencial a Jóvenes Investigadores, de la National Science Foundation de Estados Unidos (1988-1993), el Premio al Intercambio Científico de la Academia Nacional de Ciencia (1991) y el Premio Pound a la Excelencia en la Investigación de la Universidad de Wisconsin (1989).
Es autor de casi 500 artículos científicos especializados, y uno de los diez especialistas en ecología y ciencias del medio ambiente más citados del mundo.
Discurso
Ecología y Biología de la Conservación, II edición
“Para la sociedad humana es mucho más importante entender mejor nuestra interacción con la Naturaleza en la Tierra que con el espacio exterior, y aun así dedicamos muchos más recursos a investigar el espacio que nuestro propio entorno natural”, advierte Peter B. Reich. Su protesta quiere resaltar un hecho básico: todavía no entendemos el funcionamiento del planeta, en parte porque todavía no entendemos el funcionamiento de las plantas.
Reich, distinguished professor de la Universidad McKnight y regents professor de la Universidad de Minnesota (Estados Unidos), ecólogo de plantas, sabe que entre el planeta y sus habitantes vegetales se establece una relación íntima aún poco conocida. Las plantas absorben CO2 y lo convierten en materia orgánica, que es aprovechada por otros seres vivos en una red de relaciones de la que forma parte también el propio planeta –ahí están los cambios en la composición de la atmósfera–. Sin embargo, aún no es posible estimar con precisión cuánto CO2 absorbe hoy un bosque, o cómo responderán los ecosistemas ante un clima cambiante. Reich ha hallado una manera de conectar los eslabones de la red: las hojas.
Sí, las simples hojas. Estudiando sus características es posible predecir la evolución de todo el ecosistema, ya sea un bosque mediterráneo o la selva tropical. El descubrimiento de que de tan poco se puede obtener tanto está revolucionando desde la Fisiología vegetal hasta el estudio de los ciclos globales de nutrientes e, incluso, la predicción de impactos de cambio climático. Reich se ha convertido en el señor de las hojas y ha obtenido el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2009 en Ecología y Biología de la Conservación por su contribución.
¿Qué le ha guiado hasta su hallazgo?
Aunque hoy critique el desigual reparto de recursos para investigar, Reich se estrenó en la ciencia con preguntas que sí incluían el espacio exterior: “Sentía una curiosidad innata acerca de la vida y el Universo: ¿Cómo pudo evolucionar la vida? ¿Qué es el Universo y cuáles son sus límites? ¿Qué nos ocurre después de morir? Una combinación de astrofísica, ecología, filosofía y espiritualidad”. Entre estos desafíos escogió el estudio de la complejidad de la vida en la Tierra, un área “igualmente importante y probablemente con un mayor impacto inmediato”, explica. Hoy en día sigue aspirando a “descubrir cómo “funciona” la Naturaleza y cómo gestionar mejor nuestra interacción con ella”.
Ese objetivo le ha llevado a recorrer gran parte del planeta, incluyendo Nueva Zelanda y Australia, investigando en “selvas tropicales, templadas y boreales; en la sabana; en praderas; en terrenos agrícolas”. No tiene –o no confiesa– un ecosistema favorito: “Una de las cosas que he aprendido sobre mí mismo es que si estoy abierto a “ver”, entonces todos son infinitamente bellos e interesantes”.
Su punto de partida fue la Escuela de Bosques, Pesquerías y Vida Salvaje de la Universidad de Missouri (Columbia), y posteriormente la Universidad de Cornell. Tras ejercer de profesor asociado en el Departamento de Bosques de la Universidad de Wisconsin, entre 1985 y 1991, pasó a ocupar la cátedra F. B. Hubachek en el Departamento de Recursos Forestales de la Universidad de Minnesota, puesto que aún ostenta. Y ya desde las primeras etapas de su carrera observó que algunas características de cada planta –incluyendo sus hojas– daban pistas sobre “cuestiones tan diversas como el grado de sensibilidad a la contaminación por ozono o las condiciones ecológicas en que esa especie tendría más éxito”. La pregunta entonces fue: ¿hasta dónde se podría llegar? ¿Cuánto podría saberse de una especie a partir de, por ejemplo, sus hojas?
El trabajo de Reich muestra que es posible vincular lo que ocurre a pequeña escala en un ecosistema con los procesos globales, incluyendo la atmósfera. Se trata de relacionar diferentes niveles de complejidad: de la hoja al árbol, al bosque y a toda la biosfera.
Hay unos doscientos cincuenta mil tipos de plantas, equipadas con casi el mismo número de clases de hojas; pero en 1997 Reich y su grupo se dieron cuenta de que las diferencias esconden características comunes básicas. Una de ellas es que cada centímetro cuadrado de hoja procesará una cantidad similar de carbono a lo largo de su vida, y que por tanto, como regla general, las hojas más duras y estrechas compensan su menor superficie “procesadora” viviendo más tiempo. Esa norma tiene implicaciones para todo el ecosistema: las plantas con hojas que fotosintetizan rápido necesitan mucha luz, así que tienen copas más planas y anchas que por ejemplo las coníferas y hacen más sombra, lo que afecta a la vida en el suelo. O también: los residuos de hojas más grandes y “jugosas” se descomponen antes, con lo que el ciclo de nutrientes en el ecosistema se mueve más velozmente.
En la última década Reich y su grupo han seguido recogiendo datos de centenares de miles de hojas, de casi dos mil seiscientas especies procedentes de ciento setenta y cinco ecosistemas distintos –desde la tundra ártica a la selva amazónica–. En las hojas de cada especie han medido grosor y densidad de tejido; contenido en fósforo y nitrógeno; vida media; y tasas de fotosíntesis y respiración. Y con toda esta información han elaborado un modelo predictivo del comportamiento de los ecosistemas a partir de sus hojas. Con él se avanza un paso importante a la hora de estimar cómo reaccionará cada uno al cambio climático, por ejemplo.
“Gracias a estos experimentos somos más capaces de predecir no solo qué tipo de bosques tendremos en el futuro, sino dónde estarán y cómo responderán en cuanto a productividad, ciclo de nutrientes y estado de salud”.
TUITEAR
Ese tipo de información es sin embargo lo bastante importante como para tratar de obtenerla también por otras vías. Reich lidera el proyecto BioCON, creado en 1997 en la reserva científica de Cedar Creek en Minnesota. Se trata de uno de los pocos experimentos hoy día que estudia en campo abierto y a largo plazo la respuesta de las plantas a una atmósfera cambiante. Los/las investigadores/ras de BioCON estudian no solo el efecto del aumento de CO2, sino también el de la contaminación por nitrógeno y la pérdida de biodiversidad. Reich es, de hecho, también un pionero en experimentos que han permitido demostrar que la pérdida de biodiversidad tiene efectos claros sobre las especies que permanecen.“Gracias a estos experimentos somos más capaces de predecir no solo qué tipo de bosques tendremos en el futuro, sino dónde estarán y cómo responderán en cuanto a productividad, ciclo de nutrientes y estado de salud”.
Estos trabajos han convertido a Reich en uno de los diez científicos ambientales más citados. ¿Cuál es su apuesta, cómo sobrevivirán los bosques al rápido cambio de clima al que se enfrentan? “Aunque los humanos tenemos una capacidad sorprendente de actuar en contra de nuestros propios intereses, debo mantener abiertas las posibilidades. En otras palabras: aunque el futuro del medio natural es incierto y está muy amenazado, solo puedo esperar que si seguimos educando a la sociedad llegará un momento en que actuemos de forma positiva tanto para nosotros como para nuestro entorno”.