“Con un estilo distintivo y un novedoso enfoque de la composición”, continúa el fallo, “Philip Glass ha abarcado diferentes tradiciones culturales de todo el mundo, forjando un estilo único y personal y siguiendo su propio camino con valor y convicción”. Es, destaca el acta, “una figura internacional que atrae a un público de todas las generaciones y cuyas obras se interpretan en los auditorios más importantes y por las principales formaciones orquestales de todo el mundo”.
Su experiencia con la música oriental, que completaría a través de un viaje al norte de la India en 1966, influiría de modo decisivo en su estilo. “Para crear la música que quería componer necesitaba encontrar un lenguaje diferente”, ha asegurado en una entrevista telefónica pocas horas después de conocer la noticia del premio y tras afirmar sentirse “emocionado” por este reconocimiento. “El gran esfuerzo que hice entre mis veinte y mis treinta años me permitió lograr algunos hitos importantes en algunas piezas. Era un lenguaje basado en primer lugar en la música contemporánea tal y como yo la entendía, pero también en mi manera particular de aplicar ese lenguaje. También me interesaban mucho el teatro y la danza. Lo que yo buscaba era un lenguaje musical que estableciera una relación entre el movimiento, el sonido y la imagen”
En sus memorias, Glass identifica su propio sonido con la ciudad en la que más tiempo ha vivido y en la que aún reside, Nueva York. Preguntado al respecto, asegura que “lo que convierte a Nueva York en un lugar tan maravilloso es que la gente llega allí de todo el país y de todo el mundo, generalmente con la mente abierta, deseando trabajar con otros y en busca de nuevas ideas. Nueva York, Los Ángeles, París, Madrid son ciudades de ese tipo; las grandes ciudades suelen congregar a los artistas”, concluye.
Tras sus viajes por Europa y Asia, en 1967 regresó a Nueva York y creó su propio conjunto: el Philip Glass Ensemble, una formación compuesta por sintetizadores, teclados y vientos-metales amplificados, con la que llevaría a la práctica una nueva aproximación a la creación musical que acabó siendo denominada “minimalismo”. Aunque él ahora manifieste no sentirse a gusto con esa etiqueta, Glass fue uno de sus creadores y máximos exponentes.
Cuando se le pregunta sobre la evolución de su estilo, que él mismo definió hace años como “un intento de integrar los tres elementos musicales: melodía, armonía y ritmo”, ahora afirma que prefiere “redefinir los elementos. En vez de hablar de armonía, melodía y ritmo, hablemos de lenguaje, imaginación e intuición. El lenguaje de la música puede ser muy específico, dependiendo de dónde, cuándo y con quién lo estudias… El lenguaje de la música es lo que aprendemos a tocar y a escuchar… Los otros dos elementos, la imaginación y la intuición, son muy importantes: puedes conseguir un título académico en el lenguaje de la música, pero no se puede obtener un título en imaginación o intuición. Esas son las cosas que traemos con nosotros cuando empezamos a trabajar, y eso es igual de cierto en la arquitectura, la medicina, la política o la economía. Sin imaginación e intuición, la música realmente no tiene sentido”.
Su primer éxito: Einstein on the Beach
La manera novedosa de componer de Philip Glass no fue, en un primer momento, bien digerida por el público norteamericano, que le consideraba más un creador de arte performativo o de protesta que un músico. Así lo relata Víctor García de Gomar, secretario del jurado y director artístico del Gran Teatre del Liceu de Barcelona: “inicialmente no tuvo éxito en los circuitos musicales y estaba más en las galerías de arte de Nueva York. El mundo canónico le veía más como un creador de actos de resistencia cultural desde un lenguaje sonoro propio”. De hecho, en el año 1976, cuando se estrenó su ópera Einstein on the Beach –considerada su primera gran obra y que obtuvo un gran éxito de público–, Philip Glass aún se ganaba la vida trabajando como conductor de taxi y reparador de electrodomésticos.
Pero Einstein on the Beach “rompió con absolutamente todas las métricas de lo que se consideraba una ópera hasta el momento. No hay argumento, el protagonista prácticamente no aparece, la formación instrumental es mucho más pequeña, introduce la electrónica… De alguna manera representa una evolución (casi una revolución) que redefine la categoría de ópera”, describe Víctor García de Gomar. Entre esos elementos distintivos destaca el hecho de que durante la representación (de casi cinco horas en su versión en directo) el público es libre de entrar y salir cuando lo desee. El estreno, que tuvo lugar en el Festival de Artes Escénicas de Aviñón ese verano de 1976, fue acogido con una reacción del público que el propio Glass ha descrito así: “la gente estaba enloquecida y no podían creer lo que estaban viendo. Estaban gritando y riendo -prácticamente bailando. Hubo un gran alboroto”.
La obra supuso la primera gran colaboración entre el compositor y el director escénico Robert Wilson, un tándem artístico que ha mantenido una producción conjunta muy fructífera. En ella se hace un retrato puramente descriptivo de la figura histórica del científico alemán, sin apenas argumento. En palabras del director artístico del Liceu: “Glass en sus óperas hace una aproximación a esa galería de grandes personajes en una propuesta muy similar a la de Wagner: presenta bien a los personajes en su faceta heroica, pero sin olvidarse de las máculas, las cicatrices, las contradicciones que puede tener cada uno de esos personajes; lo que los hace enormemente humanos a la vez”.
La obra forma parte, además de una trilogía o tríptico de retratos, que Glass continuó con las figuras de Mahatma Gandhi en Satyagraha –“verdadera fuerza” en sánscrito– (1979) y del faraón egipcio Akenatón en la ópera homónima (Akhnaten, en el inglés original) de 1983. En ellas, Glass aborda las vidas de tres hombres (el hombre de Ciencia, el hombre de Religión, el hombre de Política) que, según su enfoque, cambiaron el mundo a través de sus vidas y sus obras, por medio “del poder de las ideas y no del poder de la fuerza”.
“Los temas más significativos de nuestro tiempo”
Philip Glass ha manifestado en diversas ocasiones que desde una edad muy temprana, la ciencia y la música han sido sus grandes pasiones, llegando a afirmar que ve a los científicos “como visionarios, como poetas” y que “probablemente he compuesto más óperas sobre ciencia que ningún otro compositor”. Esto se sustenta, aparte de en la mencionada sobre Albert Einstein, en sus creaciones operísticas sobre el genio florentino Galileo Galilei, en la ópera homónima estrenada en 2002; acerca del matemático, astrónomo y astrólogo alemán Johannes Kepler (en Kepler, del año 2009); además de, entre otras, en la banda sonora que compuso para la película documental A brief history of time sobre la figura de Stephen Hawking, Premio Fronteras del Conocimiento en Ciencias Básicas en su octava edición.
A este respecto, Glass afirma que “el segundo gran interés en mi vida ha sido la ciencia. Desde una edad muy temprana empecé a leer sobre ciencia. Cuando era niño todo el mundo sabía quién era Einstein, igual no sabían explicar sus ideas, pero conocían la importancia de su trabajo. La ciencia teórica siempre me fascinó, y por ese motivo me interesé en las matemáticas. Desde muy pronto empecé a utilizar ideas de la ciencia, la historia y la psicología para expresarme con el lenguaje de la música”.
El jurado destaca que Glass aborda “los temas más significativos de nuestro tiempo”. Algo que se evidencia en su colaboración con el cineasta Godfrey Reggio en la conocida como “Trilogía Qatsi”, tres películas de corte experimental, no descriptivas, que descansan tanto en la imagen como sobre la música compuesta por Glass. En la primera de ellas, Koyaanisqatsi (una palabra en lenguaje hopi que se podría traducir como “La Vida Sin Equilibrio”) se aprecia una reflexión acerca de los peligros de una sociedad que dependa en exceso de la tecnología y la relación de fuerzas entre la naturaleza y el ser humano, entre lo orgánico y lo mecánico.
Otro ejemplo de la importancia que tienen en su obra los temas sociales universales es uno de gran relevancia por la actualidad internacional, que sucede en la escena final de Einstein on the Beach; en ella se hace una yuxtaposición entre “lo más horrible sobre lo que se pueda pensar, la aniquilación que pueda surgir de un holocausto nuclear,” frente a “el amor, la cura, podríamos decir, de todos los problemas de la humanidad”. Como él mismo recoge, “las cuestiones sociales son el sujeto principal [de algunas de mis obras]. Pude ver un lado más profundo con el que relacionarme por completo. Llegué a entender que tenía una responsabilidad social, que no podía eludir, pero también tenía una responsabilidad personal”.
La importancia de la colaboración con artistas de otras disciplinas
El jurado destaca en el acta que Glass es “muy respetado por los mayores exponentes de muchas disciplinas artísticas”. “Mi sensación”, confirma el premiado, “es que la colaboración con otros artistas es precisamente lo que ha impulsado los mayores éxitos de mi carrera. Lo que cuenta no es el lenguaje de la música por sí solo, sino cómo se integra con las contribuciones de los demás colegas con los que trabajamos”
Esta idea queda patente en la extensísima lista de trabajos que Glass ha realizado en cooperación con otros artistas, que se despliega en un variado rango de fórmulas: el pintor y fotógrafo Chuck Close retrató a Glass con diversas técnicas y este compuso A Musical Portrait of Chuck Close (2005); Book of Longing es un ciclo de canciones basado en textos y dibujos de Leonard Cohen; las sinfonías número 1 (Low), 4 (Heroes) y 12 de Glass están basadas en la Trilogía de Berlín de David Bowie. Músicos de géneros, generaciones e influencias tan diversas como David Byrne, Paul Simon, Aphex Twin o Beck; el cineasta Woody Allen; la coreógrafa Twyla Tharp y el poeta Allen Ginsberg son otros de los artistas que completan la estrecha y variada red de relaciones que Glass ha establecido a través de su música. Y, por supuesto, sus producciones con Robert Wilson, con quien le une una gran amistad y la pasión por la comunicación teatral.
Philip Glass tiene un extensísimo catálogo en el que ha abordado muy diversos géneros con todo tipo de formaciones musicales. Cuenta con 26 óperas, de pequeño y gran formato, entre las que destacan las mencionadas Einstein on the Beach (1976); Satyagraha (1979); Akhnaten (1983); y The Voyage (1992), encargo de la Ópera Metropolitana de Nueva York para conmemorar el quinto centenario de la llegada de Cristóbal Colón a América. Ha compuesto catorce sinfonías, trece conciertos, nueve cuartetos de cuerda y obras para instrumentos solistas como el piano o el órgano.
La música para películas conforma un capítulo propio en su producción. Ha participado en más de medio centenar de títulos, desde películas experimentales como la comentada Koyaanisqatsi, dirigida por Godfrey Reggio (1981-1982) y producida por Francis Ford Coppola, hasta Kundun (1997), de Martin Scorsese, El show de Truman (Peter Weir, 1998) o el también mencionado biopic sobre Stephen Hawking Una breve historia del tiempo (Errol Morris, 1992). Ha sido nominado a los Óscar por sus bandas sonoras en tres ocasiones: por Kundun (1997), Notes on a Scandal (2006) y Las horas (2002), que obtuvo el BAFTA a la Mejor música original.
“Es un artista sin matriz” –concluye el secretario del jurado, Víctor García de Gomar– “hace una aportación de valor única de la cual no hay un precedente anterior. Crea un universo nuevo: igual que lo hace la Escuela de Darmstadt en Europa, con la diferencia de que la fórmula de los minimalistas que Glass representa ha conseguido llevar esa respuesta a un público amplio mientras la tradición europea mantenía las distancias con las grandes audiencias”.
Una valoración similar realiza su nominador al Premio Fronteras del Conocimiento, el compositor y profesor de Composición en Musikene Gabriel Erkoreka, que considera que “Philip Glass es una figura enorme en la música de los siglos XX y XXI, que trasciende el terreno de la música contemporánea por la forma en que ha calado en la sociedad: ha sabido conectar con infinidad de públicos, de muchas características, de todas las edades y a lo largo y ancho del planeta”. Como creador de toda una corriente musical, resume Erkoreka, las piezas de Glass nos ofrecen “por un lado, ese elemento repetitivo –que en algunos momentos podemos percibir como estático e hipnótico–, pero si uno está atento a los cambios, repara en el ingenio que despliega en el ritmo y marca la vida de la obra mientras ésta transcurre en el tiempo”.