Sofia Gubaidulina nació en Chistopol, en la República Tártara de la Unión Soviética, en 1931. Tras estudiar piano en el conservatorio de Kazan, a orillas del Volga, se trasladó a Moscú para estudiar composición con maestros como Nikolai Peiko –asistente de Shostakovich- y Vissarion Shebalin.
En 1975 formó, junto a sus colegas Viktor Suslin y Vyacheslav Artyomov, el Ensemble ‘Astreia’, que se especializó en la exploración del folclore del Asia Central, algunos de cuyos instrumentos incorporó en sus composiciones. Su reconocimiento internacional se produjo en la década de 1980, especialmente gracias al decidido apoyo de músicos como el violinista Gidon Kremer, al que dedicó su magnífico concierto para violín Offertorium (1980, revisado en 1986), la obra que proyectó el nombre de la autora más allá de las fronteras de la Unión Soviética y que empezó a cimentar su prestigio internacional.
La fuerte impronta espiritual y religiosa de la obra de Gubaidulina le acarreó más de un contratiempo con las autoridades soviéticas, hasta el punto de ser incluida en 1979 en una lista negra de compositores sospechosos para el régimen. En 1985 salió por primera vez de la URSS y su aceptación fue inmediata, también en Estados Unidos, país que visitó por primera vez en 1987 y donde obtuvo el encargo y estreno mundial de un buen número de obras. Gubaidulina permaneció en Rusia hasta 1992, y desde entonces reside en un pueblo cerca de Hamburgo, en Alemania.
Sus obras han sido estrenadas por intérpretes y directores de la talla de Simon Rattle, Anne-Sophie Mutter, Gustavo Dudamel, Kent Nagano o el Kronos Quartet.
Discurso
Música Contemporánea IX edición
“Desde que era niña, mi objetivo ha sido ampliar el conocimiento, universalizarme, abarcar todo el mundo en su integridad”. Sin pretenderlo, Sofia Gubaidulina explica así por qué la creación musical merece figurar entre las categorías de los Premios Fronteras del Conocimiento. La forma de conocimiento de Gubaidulina no es científica, sino mística. Como a San Juan de la Cruz, la contemplación le lleva a trascender toda ciencia.
La vida y la obra de Sofia Gubaidulina están gobernadas por esta pulsión de comprender y reunificar el universo que, a su parecer, está partido en cielo y tierra. Mejor que reunificar, ella preferiría decir ‘re-ligar’, que es el verbo titular de la religión.
“Desde que era niña mi objetivo ha sido ampliar el conocimiento, universalizarme, abarcar todo el mundo en su integridad”
TUITEAR
Gubaidulina concibe la música (y el arte en general) como una escalera de Jacob que apoya uno de sus extremos en la tierra y el otro en el cielo. Su estética es neutra: los procedimientos compositivos le son irrelevantes salvo por su efectividad como vehículo místico. Prueba de ello es que se haya abstenido (hasta el momento) de componer ópera: “La ópera me mantendría a ras de tierra, porque tiene demasiadas cosas. El género sinfónico, sin embargo, que no tiene ese exceso de materia, me permite subir al cielo”.
Sobre el ‘Triple concierto para violín, violonchelo y acordeón’ (2017), su obra más reciente, Gubaidulina dice que, para ella, lo más importante es el título, ‘Triple’, porque el concepto ‘tres’ es el adecuado para la superación de la dualidad tierra-cielo.
Sofia Asgatovna Gubaidulina nació el 24 de octubre de 1931 en Chístopol, en la actual Tartaristán, una de las repúblicas centroasiáticas de la Federación Rusa. Su padre era un topógrafo tártaro y ateo; su abuelo paterno, un clérigo musulmán de túnica y turbante; su madre, una maestra rusa de origen polaco y judío. A Sofia le fascinaba este cruce de tradiciones.
A los veintitrés años se graduó en piano y composición en el Conservatorio de Kazán. En Moscú estudió seis años más con dos compositores de la órbita de Shostakovich: Nikolai Peiko, quien la inició en Mahler, Schönberg y Stravinsky, y Vissarion Shebalin, quien le contagió dos pasiones: el folclore tártaro y la música electrónica. En esos años moscovitas trabajó también con Philipp Herschkowitz, quien había sido alumno de Webern. El amor inmoderado por la música de Bach completa la lista de sus principales influencias.
Es sabido el comentario de Shostakovich, que la animó a “continuar por su camino erróneo”. En su eterna ambigüedad política, Shostakovich aludía al carácter antisoviético de esa musica: inclinación vanguardista, sonoridades microtonales y, sobre todo, espiritualidad, cuando no abierta religiosidad. Para Gubaidulina, y para sus colegas del triunvirato de la vanguardia moscovita, Edison Denísov y Alfred Schnittke, seguir el camino erróneo significaba la imposibilidad de hacer carrera. Ella se refugió en la composición privada, en la música de cine y en la práctica de la improvisación con instrumentos populares —por los que sigue sintiendo devoción— en el Ensemble Astreia, que fundó en 1975.
En 1979 se le prohibió definitivamente estrenar música. Un año después, sin embargo, su carrera y su vida habían de cambiar drásticamente de rumbo. Dedicó su concierto para violín y orquesta ‘Offertorium’ (1980) a Gidon Kremer, quien se entusiasmó con él y lo llevó en triunfo por el mundo.
Occidente conoció entonces a Gubaidulina y, cuando pudo salir de la antigua Unión Soviética, la recibió por todo lo alto. En 1987 viajó a Estados Unidos y recibió encargos de la Filarmónica de Nueva York, las sinfónicas de Chicago y Boston, Yuri Bashmet y el Kronos Quartet.
Lo mismo ocurrió en Europa, con encargos de Berlín, Helsinki, Róterdam, Stuttgart, Hamburgo, Londres (con amplio retrato en la BBC) y Lucerna, además de los de solistas como Anne-Sophie Mutter, con su concierto ‘In tempus praesens’ (2007).
Su prestigio llegó también a España, donde ha tenido una residencia en el Encuentro de Música y Academia de Santander en 2003, múltiples presentaciones en 2009 —carta blanca de la Orquesta Nacional de España, ‘La Pasión según San Juan’ en el Festival de Canarias, estreno de ‘Fantasía sobre el tema S-H-E-A’ (2008) encargo de la Escuela de Música Reina Sofía— y monográficos en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, L’Auditori de Barcelona y un CD grabado por la Orquesta Sinfónica de Euskadi.
El uso creativo del silencio
En Hannover y Stuttgart, Gubaidulina estrenó una ‘Pasión’ (2000) y una ‘Pascua’ (2002), ambas según San Juan, que constituyen un monumental díptico sobre la muerte y resurrección de Cristo. Es, quizá, el trabajo más importante de su catálogo junto con las obras que utilizan ‘bayan’, el acordeón ruso: ‘De profundis’ (1978), ‘In croce’ (1979), ‘Silenzio’ (1991) y las ‘Siete palabras’ (1982). Además de todas las obras citadas, destacan también ‘Introitus’ (1978), ‘The Light of the End’ (2003) y ‘Stimmen… verstummen…’ (1986), en español ‘Voces… silenciadas…’, que contiene un largo solo de director; es decir, un pasaje de silencio medido, puro tiempo estructurado.
El uso creativo del silencio y sus alrededores es, precisamente, uno de los rasgos principales del estilo de Gubaidulina. Otros son el tratamiento del ritmo como elemento estructural, el uso de la proporción áurea y la serie de Fibonacci, la economía de los medios y las dualidades de valor simbólico, como la oposición trascendente entre el mundo terrenal (abundante, discontinuo, dramático) y el divino (despojado, continuo, calma- do), representada por los pares sonido/silencio, tonalidad/microtonalidad, actividad/estatismo y otros de ese tenor.
Desde 1992 Sofia Gubaidulina vive en retiro casi monacal en el pueblecito de Appen, cerca de Hamburgo, donde recibe encargos desde todos los continentes.