El premio se ha concedido a la química estadounidense Susan Solomon por establecer las conexiones entre atmósfera, clima y actividad humana. A partir de sus primeras contribuciones, esenciales para identificar la causa de la pérdida de ozono en la estratosfera, ha definido conceptos para cuantificar cómo este y otros cambios en la composición atmosférica afectan al clima terrestre.
La profesora Solomon ha realizado contribuciones pioneras esenciales para comprender los motores clave del cambio climático global. A través de su trabajo de investigación y su liderazgo ha contribuido a proteger nuestro planeta. A partir de sus primeras contribuciones, esenciales para identificar la causa de la pérdida de ozono en la estratosfera, Susan Solomon ha definido conceptos para cuantificar cómo estos y otra serie de cambios en la composición atmosférica afectan al clima terrestre.
Las contribuciones de la profesora Solomon han demostrado la urgencia de adoptar medidas inmediatas para evitar que el cambio climático alcance un carácter irreversible, porque los impactos de las emisiones de CO2 pueden perdurar durante siglos aun después de detener las emisiones. La investigación de la doctora Solomon ha incidido siempre sobre los grandes problemas medioambientales de nuestra era. Sus primeras investigaciones contribuyeron a mejorar el Protocolo de Montreal, que regula el uso de compuestos que destruyen el ozono. Sus aportaciones y liderazgo en el IPCC y otros foros son un ejemplo del trabajo de ciencia enfocada al bien común.
BIOGRAFÍA
Susan Solomon (Chicago, Estados Unidos; 1956) fue una científica precoz. Su interés por la ciencia comenzó viendo en la televisión programas de naturaleza, como el de Jacques Cousteau. Su pasión por la química atmosférica se puso de manifiesto ya en el instituto, donde un proyecto suyo para medir concentración de oxígeno fue premiado en un concurso estudiantil.
Tras doctorarse en la Universidad de California en Berkeley, con una investigación sobre química atmosférica con el futuro premio Nobel Paul Crutzen, Solomon empezó a trabajar en el NOAA (Agencia Estadounidense de la Atmósfera y el Océano). Por entonces se acababa de detectar, en 1983, una drástica reducción en los niveles de ozono sobre la Antártida. Y pese a que ya se conocía la capacidad destructora de los clorofluorocarbonos -CFCs, gases usados como refrigerantes y en aerosoles- sobre el ozono, comprender qué generaba el agujero en la capa de ozono antártica se convirtió en uno de los principales retos científicos del momento.
En 1986 y 1987 Solomon dirigió dos expediciones durante el invierno antártico –cuando la temperatura llega a caer por debajo de los 50ºC bajo cero y la noche es casi permanente- para tomar datos de la composición atmosférica mientras el agujero se formaba. Entonces ya se sabía que la falta de ozono provocaba el aumento de la radiación ultravioleta que llega a la Tierra, pero investigaciones posteriores de Solomon demostraron que esta alteración en la composición de la estratosfera tenía también consecuencias en el clima.
En 1995 y hasta 1996 es Acting Director de la División de Química Atmosférica del Centro Nacional de Investigación Atmosférica. De 2002 a 2008 asume el liderazgo del Grupo de Trabajo del Panel Intergubernamental de Cambio Climático. En 2012 se incorpora al Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT) donde actualmente ostenta la cátedra Lee and Geraldine Martin.
Solomon es la tercera geocientífica más citada en el mundo en la década de los 90, la revista ‘Time’ la consideró en 2008 una de las cien personas más influyentes del mundo y un glaciar de la Antártida lleva su nombre. Durante su amplia carrera profesional ha obtenido numerosos galardones como la US National Medal of Science, Caballero de la Legión de Honor (Francia), el Blue Planet Prize (Japón), el en 1940 de la Royal Society o el UN Environment Programme Award, entre otros. Además es doctora honoris causa por 12 universidades.
CONTRIBUCIÓN
Discurso
Cambio Climático, V edición
Rueda de prensa
Solomon plantea el dilema ético hacia los países emergentes en la lucha contra el cambio climático
Susan Solomon emite ciento cuarenta toneladas de carbono al año. Pero esta huella de carbono “de Godzilla” –como dice ella misma– no es por desconocimiento o falta de concienciación. Todo lo contrario. Fue Solomon quien encontró la primera prueba de que la acción humana cambia la atmósfera. También descubrió que el clima seguiría alterado durante un milenio incluso si se frenaran del todo, ahora mismo, las emisiones de carbono.
Y Solomon estaba al frente del equipo científico internacional que en 2007 llegó a una conclusión histórica: “El calentamiento global es inequívoco”. Susan Solomon (Chicago, Estados Unidos, 1956) es la ganadora del Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Cambio Climático por ayudar a entender cómo influye el hombre en la atmósfera y, por ende, en el clima. “A través de sus investigaciones y de su liderazgo”, dice el acta del jurado, Solomon “ha contribuido a salvaguardar nuestro planeta”. Lo cierto es que en al menos dos ocasiones el trabajo de Solomon, catedrática del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), ha influido en acuerdos internacionales relacionados con la protección del planeta.
La primera vez fue después de resolver uno de los misterios científicos que más han pillado por sorpresa a los investigadores de las últimas décadas: el del adelgazamiento extremo o agujero de la capa de ozono sobre la Antártida. Los investigadores del proyecto British Antarctic Survey habían descubierto en 1983 que el ozono estaba desapareciendo “a un ritmo increíble, pero no sabían por qué”, cuenta Solomon. “Fue un shock tremendo para todo el mundo”. Ella se había doctorado en la Universidad de California en Berkeley con una investigación sobre química atmosférica con Paul Crutzen –futuro premio Nobel–, y había empezado a trabajar en la NOAA (Agencia Nacional Oceánica y Atmosférica).
Fascinada por el enigma, propuso que el ozono se destruía en los cristales de hielo de la estratosfera antártica por reacciones en las que intervenían los clorofluorocarbonos (CFC), un tipo de compuestos artificiales. Pero había que tener datos para demostrarlo, y ella se dedicó a esa tarea. Con solo treinta años fue escogida para dirigir dos expediciones durante los inviernos antárticos de 1986 y 1987. “La Antártida me encantó, es uno de los lugares más emocionantes en que he trabajado jamás”, dice Solomon. Años más tarde, en 2001, relataría en el ensayo ‘The Coldest March’ el intento fallido de Robert F. Scott de ser el primero en llegar al Polo Sur.
Pero lo importante en 1987 fue la confirmación de su teoría: efectivamente los CFC, usados como refrigerantes y en aerosoles, destruían el ozono. Ya no había dudas sobre la capacidad humana de alterar la atmósfera. Los datos llegaban además en el momento adecuado. Mientras Solomon y su equipo tomaban muestras de gases en la Antártida, decenas de países aprobaban el Protocolo de Montreal precisamente para frenar el uso de los CFC. Trabajos previos –entre ellos los que darían el Nobel a Crutzen, junto a Mario Molina y Frank Sherwood Rowland– habían alertado de la capacidad destructora del ozono de estos gases, pero no se contaba aún con evidencias directas y globales. Así que, como recoge el acta, la labor de Solomon «contribuyó a reforzar el Protocolo de Montreal».
La segunda ocasión en que la influencia de la galardonada trasciende el ámbito estrictamente científico se produce en el periodo 2002-2008, cuando copreside el grupo de científicos a cargo del cuarto informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). Solomon, para entonces una investigadora consagrada no solo en ozono sino también en cambio climático, recuerda las noches sin dormir y la «intensa emoción» del momento de la aprobación del documento: por primera vez los científicos afirmaban que el cambio climático estaba efectivamente en marcha, y que muy probablemente se debía a la acción humana. La ciencia cumplía así su papel de guía.
“Siempre he pensado que el progreso científico puede iluminar el mundo”, dice Solomon, “y que el público y los dirigentes deben decidir con la máxima información posible proporcionada por los científicos. Lo maravilloso de los científicos es que puedes tener a una decena de ellos en una misma habitación e, incluso si no hablan la misma lengua, analizan los datos y son capaces de entenderse. Eso es increíble, es la razón por la que amo ser científica”.
Uno de los últimos hallazgos de Solomon tiene que ver con la lentitud de la atmósfera para recuperarse: incluso si ahora dejáramos de emitir carbono, las alteraciones tardarían al menos un milenio en revertirse. ¿Significa esto que no vale ya la pena combatir el cambio climático? Nada más lejos de la realidad, dice Solomon: “No es demasiado tarde para frenar la subida de la temperatura en el planeta. Mis descubrimientos resaltan la importancia de tomar buenas decisiones respecto a cuánto carbono queremos emitir, precisamente porque los efectos que causemos no podrán ser revertidos fácilmente”.
La pregunta clave es cómo emitir menos carbono. Solomon no tiene la respuesta, pero sí una gran confianza en la tecnología: “Deberíamos desarrollar fuentes de energía mejores y más baratas que emitan poco carbono. Si no investigamos más en esto, dentro de cincuenta años el planeta se habrá calentado realmente mucho, así que me gustaría ver un esfuerzo diplomático amplio para fomentar la investigación en tecnología en esta área en todo el mundo”. Mientras la solución tecnológica llega, Solomon otorga importancia a las decisiones cotidianas personales. Ella no puede evitar los vuelos a los congresos científicos –la causa de su gran huella de carbono–, pero apoya proyectos de reforestación y su coche emite relativamente poco. Echa de menos un debate social importante: “Me preocupa mucho que los más afectados por el cambio climático sean personas que viven en países pobres, que emiten muy poco. Debemos debatir más profundamente las cuestiones morales que rodean al cambio climático”.
Susan Solomon y el cambio climático/ Jane Lubchenco y la sobrepesca