NOTICIA PREMIOS FRONTERAS DEL CONOCIMIENTO

Marvin Minsky, padre de la Inteligencia Artificial, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Tecnologías de la Información y la Comunicación

El Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en la categoría de Tecnologías de la Información y la Comunicación ha sido concedido en su sexta edición al estadounidense Marvin Minsky, considerado padre del área de Inteligencia Artificial. Minsky, es además autor, de contribuciones esenciales, teóricas y prácticas, en matemáticas, ciencia cognitiva, robótica y filosofía. También fue uno de los creadores del prestigioso Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y tuvo un papel destacado en el establecimiento del Media Lab.

14 enero, 2014

Perfil

Marvin L. Minsky

Entrevista

Marvin Minsky: “'Las máquinas llegarán a ser tan inteligentes como las personas'”

Feliz al recibir la noticia del premio, Minsky afirma seguir convencido de que se llegará a crear máquinas al menos tan inteligentes como los humanos. Sin embargo, no es muy optimista respecto al plazo en el que podría lograrse: “Depende de cuánta gente trabaje en los problemas adecuados. Ahora mismo no hay ni recursos ni investigadores suficientes”. Y fiel a su reputación de científico iconoclasta, añade una crítica: “Los grandes avances en Inteligencia Artificial se dieron entre los 60 y los 80 del pasado siglo. En los últimos años no he visto nada que me sorprenda, porque ahora la financiación se enfoca más en aplicaciones de corto plazo que en ciencia básica”.

El jurado ha  destacado: “Sus trabajos sobre el aprendizaje de las máquinas, en sistemas que integran la robótica, el lenguaje, la percepción y la planificación además de la representación del conocimiento basada en marcos (frames), han conformado el campo de la Inteligencia Artificial”.

Minsky ha sido nominado por Patrick Winston, catedrático de Inteligencia Artificial y Ciencias de la Computación del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).

Minsky (Nueva York, EE.UU. 1927) es catedrático de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación en el MIT y titular de la Cátedra Toshiba of Media Arts and Sciences. Fue uno de los fundadores en la década de los 50 de todo un nuevo campo científico, el de la Inteligencia Artificial, cuyo objetivo era transformar los computadores del momento –entonces máquinas de calcular-, en  máquinas inteligentes, capaces de incorporar funciones propias del pensamiento y las capacidades humanas. El impacto de esa contribución fue enorme porque el computador convencional pasó a convertirse en la primera máquina universal de la historia como -por la ampliación continua de sus capacidades cuanto por su aplicación en un inmenso abanico de áreas presentes en nuestra vida cotidiana-.

Los computadores entendidos como gigantescas máquinas de cálculo empleadas por un grupo muy reducido de instituciones (empresas, gobiernos, unas pocas universidades) dieron lugar -gracias en al campo de la Inteligencia Artificial- a ordenadores omnipresentes en toda la tecnología que nos rodea y que se utiliza a diario de forma intuitiva.

Minsky considera el cerebro como una máquina cuyo funcionamiento podría ser estudiado y replicado en el ordenador, que al tiempo se convierte en una vía para conocer mejor el cerebro y las funciones mentales superiores. Minsky impulsa la idea de dotar a las máquinas de sentido común, es decir, del conocimiento que el ser humano adquiere mediante la experiencia.

También ha trabajado en la explicación de numerosos fenómenos de la cognición, de la compresión del lenguaje, y de la percepción visual basándose en la teoría de los marcos (frames), una forma omnipresente para representar y almacenar conocimiento a través de relaciones jerárquicas entre objetos. Los marcos funcionan como depósitos organizados de conocimiento y experiencias anteriores que facilitan el procesamiento de la información.

El nacimiento de un campo

La Inteligencia Artificial nació oficialmente como disciplina en una conferencia de ciencias de la computación en el Dartmouth College (New Hampshire, EE.UU), en 1956. Los padres de este nuevo campo fueron John McCarthy, de la Universidad de Stanford; Allen Newell y Herbert Simon, ambos de Carnegie Mellon; y el propio Minsky, que es el único que sobrevive.

Los ordenadores empezaban entonces a llevar a cabo tareas consideradas sorprendentes, y la disciplina rebosaba optimismo. Minsky llegó a afirmar que “en una generación, el problema de crear ‘inteligencia artificial’ estaría básicamente resuelto”. Aunque en las décadas posteriores ha quedado claro que ese objetivo es bastante más complejo, la investigación en inteligencia artificial ha acabado generando innumerables aplicaciones: desde sistemas de diagnóstico médico a ‘drones’ no tripulados, robótica inteligente, y numerosos sistemas expertos que resuelven problemas como lo hacen los especialistas humanos-. También comparte raíces teóricas con la idea de que los ordenadores deben adecuarse al funcionamiento del cerebro humano y no al revés, semilla de los trabajos que han hecho posible una comunicación más intuitiva con las máquinas.

Fascinado desde los inicios de su carrera –en la Universidad de Harvard- por el funcionamiento del cerebro humano y la emergencia de sus funciones cognitivas, Minsky ha sido un pionero absoluto en la aspiración de dotar a los ordenadores de sentido común. Lo que se planteó fue que si un niño pequeño sabe que no debe usar un bloque para hacer una torre si ya lo está usando, o que para arrastrar un objeto debe tirar de la cuerda en vez de empujar, ¿cómo enseñar a un ordenador lo que el cerebro humano hace parecer tan fácil? “Raramente apreciamos la maravilla que supone que una persona pueda pasar toda su vida sin cometer un error realmente grave, como meterse un tenedor en el ojo o salir por la ventana en lugar de por la puerta”, escribe Minsky en una de sus obras más conocidas, La sociedad de la mente, de 1985.

En esta obra Minsky expone su visión mecanicista de cómo funciona la mente humana, describiendo la inteligencia como el resultado de la interacción de muchas partes no inteligentes. En su siguiente ensayo, La máquina de las emociones, amplía su teoría al área de las emociones y los sentimientos, que serían sencillamente el resultado de diferentes niveles de procesado. En una entrevista, Minsky afirmaba: “Las emociones no son más que una forma concreta de resolver problemas. Por ejemplo cuando uno elige estar enfadado es para resolver un problema muy deprisa y dejarse llevar”.

Implicaciones y aplicaciones derivadas

Esta visión tiene implicaciones filosóficas inmediatas para la computación: construir una inteligencia equiparable a la humana no es una utopía. Al fin y al cabo, para Minsky el cerebro humano es una “máquina de carne”. En su ensayo ‘¿Por qué la gente piensa que las máquinas no pueden?’, publicado en 1982, Minsky escribe: “Cuando aparecieron los ordenadores la mayoría de sus diseñadores esperaba de ellos que solo hicieron enormes operaciones de cálculo. Por eso fueron llamados computadoras. Pero incluso entonces unos pocos pioneros (…) tuvieron la visión de lo que hoy llamamos Inteligencia Artificial o IA. Se dieron cuenta de que los ordenadores podrían ir más allá de la aritmética, para tal vez imitar lo que ocurre en el interior del cerebro humano. (…) Hoy en día, muchos ‘expertos’ dicen que las máquinas nunca llegarán a pensar realmente. Si fuera así, ¿cómo podrían ser tan inteligentes, y a la vez tan tontas?”.

A pesar de su optimismo inicial, en el desarrollo de la IA se ha comprobado que resulta más fácil que una máquina resuelva operaciones complejas y aplique procesos expertos como hacer un diagnóstico médico a que actúe con sentido común. Sin embargo, en el intento de conseguirlo, los computadores se han convertido en la primera máquina universal, con multitud de capacidades más allá del cálculo, y con aplicaciones en áreas diversas presentes en nuestra vida cotidiana.

Minsky es también autor, entre otros desarrollos, de la primera red neuronal capaz de aprender, SNARC, en 1951; del primer display gráfico portátil –montado en la cabeza-, en 1963; y del microscopio confocal (patentado en 1957), un tipo de microscopio que reconstruye imágenes tridimensionales y es muy usado en la actualidad en biología.

Gran aficionado a la ciencia-ficción, “en la que hay autores muy inteligentes y muy buenas ideas”, Minsky fue asesor de Stanley Kubrick en la realización de 2001 Odisea en el Espacio, durante cuyo rodaje estuvo a punto de ser aplastado por una pieza del decorado en el set de rodaje.  Al preguntarle cómo es que cuarenta años después de la película todavía no existe un ordenador tan inteligente como el omnipotente HAL, Minsky insiste en que la razón es la falta de medios para investigar.

Minsky considera que el conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro y de las máquinas se retroalimenta: conocer mejor el cerebro humano permite diseñar máquinas inteligentes, pero éstas ayudan a entender mejor cómo funciona nuestro cerebro. El bucle seguirá, dice Minsky en uno de sus ensayos, hasta que se plantee el dilema de crear, o no, máquinas más inteligentes que nosotros. “Somos afortunados, teniendo que dejar esa decisión a las generaciones futuras. Nadie puede anticipar hasta dónde llegaremos, pero hoy por hoy solo hay una cosa cierta: todo el que diga que hay diferencias básicas entre la mente de los hombres y de las máquinas del futuro se equivoca”.

Jurado internacional

El jurado de esta categoría está presidido por George Gottlob, catedrático de Ciencias de la Computación de la Universidad de Oxford (Reino Unido), y cuenta como secretario con Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

El resto de los miembros son Oussama Khatib, catedrático en el Laboratorio de Inteligencia Artificial en el departamento de Ciencias de la Computación de la Universidad de Stanford (EE.UU.), Rudolf Kruse, director del departamento de Procesamiento del Conocimiento e Ingeniería del Lenguaje Otto-von-Guerike-Universität de Magdeburg (Alemania), Mateo Valero, director del Barcelona Supercomputing Center (España) y Joos Vandewalle, director de la División SCD en el Departamento de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica).