En la categoría de Música y Ópera
Premio Fronteras del Conocimiento a Toshio Hosokawa por el extraordinario alcance de su música, puente entre la tradición japonesa y la estética contemporánea occidental
El Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Música y Ópera ha sido concedido en su XVII edición a Toshio Hosokawa por el “extraordinario alcance internacional de su obra” al haber “construido un puente entre la tradición musical japonesa y la estética contemporánea occidental”. “El compositor japonés –relata el acta del jurado– es uno de los creadores más originales y aclamados de nuestro tiempo. Su extenso catálogo, que abarca todos los géneros, está inspirado tanto por la filosofía zen como por la utilización de una escritura tímbrica de alto rigor y de una riqueza sumamente original y reconocible”.
4 marzo, 2025
Su capacidad para imbricar una gran cantidad de elementos de la tradición japonesa, que van desde el gagaku (música de la corte imperial japonesa) o el teatro nō hasta la inclusión de instrumentos fundamentales en su cultura como el sakuhachi, el shō, el koto y el shamisen, le ha permitido escribir “hitos de la música contemporánea como sus ópera Hanjo (2004), que recuerda los cantos rituales del Japón ancestral, y Matsukaze (2011), que despliega un lirismo contenido, pero profundamente expresivo”, destaca el jurado.
Esa síntesis entre Oriente y Occidente que el premiado simboliza es, para la presidenta del jurado, Gabriela Ortiz, una de las características más singulares que le hacen merecedor de este premio. La también compositora y catedrática de Composición en la Universidad Nacional Autónoma de México ha destacado que Hosokawa “ha logrado esa combinación de una manera personal y deslumbrante, con una voz propia que se funde en esas dos culturas, con una maestría sorprendente. Desde el punto de vista formal, en su música el silencio se vuelve un elemento estructural, es parte de su pensamiento musical. Es un elemento de reflexión porque eso se encuentra en la cultura oriental”.
El secretario del jurado y director musical del barcelonés Gran Teatre del Liceu, Víctor García de Gomar, ha subrayado que Toshio Hosokawa continúa una línea –la que fusiona tradición musical japonesa con música clásica occidental– que comenzó con Tōru Takemitsu, pero que en este caso “va más allá, especialmente en lo tocante a la experimentación. Hosokawa se convierte él mismo y convierte a su música en este puente entre dos culturas. Realiza una construcción de paisajes sonoros llenos de belleza atemporal, que cruzan unos horizontes de innovación y de creatividad, de estructuras arquitectónicas sonoras mucho más desarrolladas. Nunca es visceral, pero sí presenta las características de algo que nace desde una fuerza interna expresiva y profunda”.
El también miembro del jurado, compositor y director de orquesta Fabián Panisello considera que “el maestro Hosokawa tiene una virtud que todos los compositores buscamos: sus obras parecen escritas de un solo trazo, como las letras de la caligrafía tradicional japonesa que tanto admira. Están repletas de elementos que buscan una complejidad técnica pero, tanto para el espectador como para los demás músicos, aparecen como una sola pieza. Hay complejidad, pero está toda al servicio de una forma única y, por lo tanto, simple. Esa unión de simplicidad y complejidad tiene una forma única de manifestarse en la obra de Toshio Hosokawa”.
Mirar a Japón desde Occidente
Tras sus primeros estudios de piano y composición en Tokio, Toshio Hosokawa llegó a Alemania en 1976 para estudiar con el maestro surcoreano Isang Yun en la Universidad de las Artes de Berlín y continuó sus estudios con el compositor suizo Klaus Huber en la Escuela Superior de Música de Friburgo entre 1983 y 1986.
Aunque su familia estaba profundamente ligada a la cultura japonesa –tanto su madre, que tocaba el koto (instrumento de madera con 13 cuerdas de distinto tamaño), como su abuelo, que hacía ikebana (arreglos de flores tradicionales), vivían esa tradición de la que formaban parte– antes de viajar a Europa, Hosokawa no tenía particular interés en sus propias tradiciones. Tuvo que irse para, desde la distancia, ser consciente de sus raíces: “A los 20 años, cuando me fui a Berlín a estudiar, me di cuenta de que no era europeo, sino que yo pertenecía a otra tradición”.
En las décadas de los setenta y ochenta, cuando el joven Hosokawa se formaba en Alemania, descubrió que la música a la que allí prestaban más atención no era la música occidental que tanto había admirado en su Japón natal, sino la de otros países alejados geográficamente del viejo continente, como la de Indonesia, China o Japón. Gracias a ello, volvió la mirada hacia la música de su país natal, contemplándola desde Europa con cierta añoranza y, por recomendación del maestro Yun, regresó para estudiarla en detalle: “Descubrí la música de corte japonesa o la música de los bonzos, los monjes budistas, y esas músicas que formaban parte de las ceremonias rituales, que no me habían llamado la atención anteriormente”.
Entre sus influencias más tempranas se encuentran también compositores europeos, como el húngaro György Ligeti, o el también galardonado con el Premio Fronteras del Conocimiento en 2011 Helmut Lachenmann, con quien coincidió en Berlín como artista residente. A ellas, se sumaron, tras ese cambio de perspectiva desde Europa, la tradición oriental, así como la filosofía o pensamiento budista zen.
Su nombre empezó a adquirir relevancia internacional a principios de la década de los noventa con la serie de obras de cámara titulada Landscapes (1993), pero fue el éxito alcanzado con su oratorio Voiceless Voice in Hiroshima (1989/2001) y su obra orquestal Circulating Ocean, que la Filarmónica de Viena estrenó en el Festival de Salzburgo de 2005, lo que impulsó definitivamente su música hasta alcanzar los atriles de las orquestas y salas de conciertos más importantes del mundo.
Una profunda influencia de la tradición budista zen
Al igual que todas las artes tradicionales japonesas buscan integrarse con la naturaleza, Hosokawa hace lo propio con la música. Habla del ikebana, la tradición de arreglos florales en la que se utilizan las flores cortadas y sin raíces que solo duran uno o dos días sin marchitarse, o de la flor del cerezo, que a lo sumo dura una semana antes de desaparecer, como ejemplos de su inspiración. “En lo efímero –sostiene– reside la belleza de estos elementos, y con la música pasa lo mismo”.
Además, Hosokawa observa el arte de la caligrafía para replicar sonido y silencio. Explica que su música se refleja en ese arte ancestral: el sonido equivale a la forma trazada por el pincel en un papel en blanco y el margen significa ese vacío que es el silencio. Ambos son esenciales para el equilibrio de la obra, que solo puede existir con la combinación de las dos partes. “El sonido y el silencio no están contrapuestos”, explica el maestro ,”la luz y oscuridad tampoco, son complementarias, se abrazan. Yo los considero así, como el Jin y Yang del taoísmo. Se contraponen, pero no se matan entre sí, sino que se coordinan, forman un único mundo. Mujer y hombre, fuerte y débil, no luchan, sino que se elevan mutuamente. Es el mundo que piensa en la tradición japonesa, en la que hay un tambor, el tzuzumi, que se utiliza en el teatro nō. Ese tambor se toca de un modo en que hay una parte que no hay sonido, que es un momento de tensión, y si no hay ese momento de tensión, no sale un sonido bello. Ese silencio implica el sonido, que después se percibe de manera fuerte. Silencio y sonido se compenetran. El sonido profundo implica el silencio profundo y al revés”.
El galardonado propone una dicotomía entre la concepción del tiempo musical occidental y oriental, entre lo que él ha llamado “tiempo horizontal y tiempo vertical”. En el caso de la música europea, elabora, el tiempo se construye de forma horizontal, de forma cumulativa. Inexorablemente, lo vincula a la tradición cristiana con la imagen de la construcción de una catedral, cuya finalidad es conectar con un Dios omnipotente. Por contrapartida, en la tradición oriental zen, el tiempo sigue el patrón circular de la respiración: “Es una acción que va y vuelve, en un círculo. Y en un instante están la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, y se refleja la eternidad. Con mi obra quería hacer lo mismo”.
Otro aspecto esencial en las composiciones de Hosokawa es la influencia del teatro japonés del nō en sus óperas. Por ejemplo, en Vision of Lear (1998) adapta la tragedia shakesperiana con elementos de este género dramático ancestral nipón. Una de las características de estas representaciones teatrales es que los personajes son fantasmas, personas que han muerto en otra vida, y que llegan al escenario desde otro mundo. Allí cantan, se lamentan, danzan y se consuelan, antes de volver a regresar al plano de los espíritus. “Yo intento hacer algo parecido: tender puentes entre dos mundos”, discurre Hosokawa.
Denunciar y procesar las catástrofes nucleares
Su obra evidencia la sensibilidad del pueblo japonés hacia las catástrofes nucleares que ha sufrido en dos ocasiones de manera muy profunda en los últimos 80 años. En el anteriormente mencionado oratorio Voiceless Voice in Hiroshima, Hosokawa explora la devastación de su ciudad natal tras el ataque de la bomba atómica al final de la Segunda Guerra Mundial, a través del brutalismo de los metales y la percusión, y contrasta con el colorido paisaje de los acordes del coro.
Su propia madre es hibakusha –término japonés para designar a las personas bombardeadas–, superviviente a la bomba nuclear que Estados Unidos lanzó sobre los civiles de las dos islas japonesas, por lo que el desastre nuclear es un tema muy cercano a su historia personal, y del que se ha hecho eco en otras piezas. En Stilles Meer, su ópera estrenada bajo la dirección del conductor anglo-estadounidense de origen japonés Kent Nagano en 2016, reflexiona sobre el impacto del accidente de Fukushima y sobre la dualidad entre civilización y naturaleza. Otra de sus obras para orquesta, Meditation. To the Victims of Tsunami (2012), es una elegía a todas las víctimas de este accidente. La pieza comienza siendo un canto silencioso y evoluciona hacia una estridente alarma de la inminente catástrofe, transmitida a través de la percusión y de los instrumentos de metal.
Otra enorme influencia que el compositor nipón ha recibido de su país natal es una indisoluble relación con el mundo natural, como él mismo explica: “Japón es un país muy rico en naturaleza. Los artistas, poetas, músicos, arquitectos, siempre piensan en formar parte de la naturaleza y crean sus obras en relación a ella. No es crear algo contrapuesto a la naturaleza, sino que forme parte de ella. Es el objetivo de nuestro arte. Por ejemplo, en la música japonesa, hay una flauta de bambú, el shakohachi, que se oye mucho. No molesta, sino que tiene que sonar como el viento en la naturaleza. El sonido también forma parte de la naturaleza. Es uno de los objetivos del sonido. Mi música también también intenta lograr eso. Hay conciertos, el de violín, el de piano, en los que hay un solista, es una persona. Y luego la orquesta es la naturaleza que rodea esa persona. El solista intenta formar parte de la naturaleza. Hay pequeños conflictos, pero al final se diluyen en el sonido de la naturaleza. Es la música que pretendo hacer”, concluye.
Hosokawa es un autor muy prolífico, con una producción que se acerca a las 200 composiciones y que incluye conciertos para solista, música de cámara y música de cine, además de obras para instrumentos tradicionales japoneses y piezas orquestales. El compositor ha recibido numerosos reconocimientos: entre ellos, el primer premio en el concurso de composición del centenario de la Filarmónica de Berlín en 1982. De 1998 a 2007 fue compositor residente de la Orquesta Sinfónica de Tokio y fue nombrado miembro de la Academia de las Artes de Berlín en 2001. Además, fue compositor residente en la Bienal de Venecia (1995, 2001), la Orquesta Sinfónica de Tokio (1998-2007) y el Festival Internacional de Música de Lucerna (2000).
Actualmente es compositor residente de la Orquesta de València, una residencia que Hosokawa inició, en diciembre de 2024, con el estreno en España de su concierto para violín Genesis una obra que tiene como solista a la brillante violinista alemana Veronika Eberle, para la que compuso la pieza.
Genesis es una obra que plasma musicalmente el recorrido vital de un ser humano, desde el periodo prenatal en el que las cuerdas evocan las ondulaciones del líquido amniótico, hasta el arpa que reproduce los latidos del corazón de la madre; unos latidos que se hacen extensivos al conjunto de la naturaleza –una segunda madre– tan importante y presente en todas las artes japonesas.
Nominadores
En esta edición se recibieron 41 nominaciones. El artista premiado fue nominado por Gabriel Erkoreka, profesor de Técnicas de Composición en Musikene (Euskal Herriko Goi Mailako Musika Ikastegia/Centro Superior de Música del País Vasco).
Jurado y Comité Técnico de Música y Ópera
El jurado de esta categoría está presidido por Gabriela Ortiz Torres, compositora y catedrática de Composición en la Universidad Nacional Autónoma de México; y cuenta con Víctor García de Gomar, director artístico del Gran Teatre del Liceu de Barcelona, como secretario.
Los vocales son Mauro Bucarelli, coordinador artístico en la Academia Nacional de Santa Cecilia (Italia); Silvia Colasanti, compositora (Italia); Raquel García-Tomás, compositora (España); Pedro Halffter Caro, director de orquesta, compositor y miembro de la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla (España); Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real (España); y Fabián Panisello, director artístico del conjunto PluralEnsemble (España).
En cuanto al Comité Técnico de Apoyo, ha estado coordinado por la Dra. Elena Cartea, vicepresidenta adjunta de Áreas Científico-Técnicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), y por Luis Calvo Calvo, delegado del CSIC en Cataluña y director de la Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF, CSIC); e integrado por David Irving, doctor ICREA en la Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF, CSIC); Luis Antonio González Marín, científico titular en la Institución Milá y Fontanals de Investigación en Humanidades (IMF, CSIC); Mariano Gómez Aranda, investigador científico en el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (ILC-CCHS, CSIC); y Laura Touriñán Morandeira, doctora contratada en el Instituto de Historia (IH-CCHS, CSIC).
Sobre los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento
La Fundación BBVA tiene entre sus focos de actividad el fomento de la investigación científica y la creación cultural de excelencia, así como el reconocimiento del talento.
Los Premios Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, dotados con 400.000 euros en cada una de sus ocho categorías, reconocen e incentivan contribuciones de singular impacto en la ciencia, la tecnología, las humanidades y la música, en especial aquellas que amplían significativamente el ámbito de lo conocido en una disciplina, hacen emerger nuevos campos o tienden puentes entre diversas áreas disciplinares. El objetivo de los galardones, desde su creación en 2008, es celebrar y promover el valor del conocimiento como un bien público sin fronteras, que beneficia a toda la humanidad porque es la mejor herramienta de la que disponemos para afrontar los grandes desafíos globales de nuestro tiempo y ampliar la visión del mundo de cada individuo. Sus ocho categorías atienden al mapa del conocimiento del siglo XXI, desde el conocimiento básico hasta los campos dedicados a entender el entorno natural, pasando por ámbitos en estrecha conexión, como la Biología y la Medicina o la Economía, las tecnologías de la información, las ciencias sociales, las humanidades, y un área universal del arte como la música.
En esta familia de premios la Fundación BBVA cuenta con la colaboración de la principal organización pública española de investigación, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que designa Comités Técnicos de Apoyo, integrados por destacados especialistas del correspondiente ámbito de conocimiento, que llevan a cabo la primera valoración de las candidaturas, elevando al jurado una propuesta razonada de finalistas. El CSIC designa, además, la presidencia de cada uno de los ocho jurados en las ocho categorías de los premios y colabora en la designación de todos sus integrantes, contribuyendo así a garantizar la objetividad en el reconocimiento de la innovación y excelencia científica.